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INDÍGENAS NORTEAMERICANOS SEPULTAN AL “HOMBRE DE KENNEWICK” DE 9.200 AÑOS QUE ERA BLANCO

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Desde su descubrimiento en 1996 el esqueleto prehistórico de este hombre caucásico fue objeto de miles de polémicas judiciales porque alteraba toda la “historia oficial” del poblamiento de América. Finalmente sus restos fueron sepultados para no ser investigados nunca más.

Foto del esqueleto del Hombre de Kennewick.
Tribus indígenas del estado de Washington, Estados Unidos, celebraron durante las primeras horas de la mañana del 18 de febrero de 2017 una de sus ceremonias más memorables, según sus prácticas tradicionales ancestrales: enterrar los restos del “Hombre de Kennewick” de 9.200 años de antigüedad, llamado por ellos el Anciano Uno. Pero no era de raza amarilla o mongoloide sino que todo demuestra su origen caucásico.

Más de 200 miembros de cinco tribus se reunieron en un lugar secreto para hacer finalmente descansar alAnciano Uno, protagonista de uno de los grandes debates judiciales científicos.

A la derecha, Armand Minthorn de la tribu
Umatilla junto con otros referentes de las
tribus confederadas como Gerald Lewis de
la Nación Yakama.
Las tribus confederadas de la reserva india de Umatilla (Oregón)– del cual se desprende el comunicado– más las tribus y agrupaciones de la Nación Yakama, tribus Nez Perce, las tribus confederadas de la reserva Colville y la agrupación de los indios Wanapum señalaron que trabajaron juntos en la ceremonia para enterrar de nuevo a su “antepasado”, de acuerdo a sus prácticas religiosas.

Las comunidades indígenas tienen un gran motivo para celebrar, tal como lo revelan sus propias palabras ya que después de muchos desafíos judiciales, finalmente el Anciano Uno descansa en paz. “Este es un gran día y nuestro pueblo ha llegado a ser testigo en honrar a nuestro padre”, dijo Armand Minthorn, uno de los miembros líderes, “Continuamos practicando nuestras creencias y leyes como nuestro creador nos ha enseñado desde tiempos inmemoriales”.

Gary Burke, líder de la reserva india de Umatilla, destacó durante el entierro que su tribu “se enorgullece de haber trabajado con todas las partes para repatriar el Primigenio”.

“Creemos en forma conjunta en el respeto de nuestro pasado y de nuestros antepasados, hemos cumplido con nuestra responsabilidad para poner fin a descansar al Anciano Uno“.

El descubrimiento
Los restos óseos del Hombre de Kennewickfueron encontrados en 1996, cerca del río Columbia, en el estado de Washington.

Ubicación en el mapa del lugar del
descubrimiento del Hombre de Kennewick.
El Hombre de Kennewick es el nombre dado a los restos de un hombre prehistórico encontrado en un banco del río Columbia cerca de Kennewick, Washington, el 28 de julio de 1996. El descubrimiento del Hombre de Kennewick fue accidental: una pareja de espectadores de las carreras anuales de hidroplanos encontró su cráneo mientras observaban las carreras.

Mientras Will Thomas de 21 años, vadeaba el río a 3 metros de la costa, su pie tropezó con algo redondo. "Eh, parece que encontramos una cabeza", bromeó el muchacho, espectador de los Juegos Acuáticos, a su amigo Dave Deacy, nativo de West Richland, de 19 años de edad.

Lugar en que Will Thomas, encontró el 28 de
julio de 1996 la calavera de 9.200 años.
Metió la mano en medio metro de agua y agarró lo que parecía una gran piedra. Thomas, también de West Richland, la sacó del agua. Era redonda y de tonos marrones. "De repente, vi los dientes", dijo Thomas. Se trataba de una calavera.

Pero la carrera final de hidrodeslizadores del domingo estaba por comenzar. Los dos amigos escondieron el cráneo entre unos arbustos de la orilla del Río Columbia, en el condado de Benton, aguas arriba del trazado de la carrera, unos 400 metros al oeste del campo de golf del Parque Columbia. "Sabíamos que no se iba a ir de ahí", declaró el joven. Luego de la competencia, alrededor de las 5 de la tarde, los dos muchachos volvieron al lugar con algunos amigos y un balde, donde guardaron los restos. Buscaron a un policía y le mostraron su descubrimiento.

La policía lo primero que pensó es que eran los restos de un asesinato. Apenas al día siguiente, la policía ya había abandonado la teoría del crimen violento. El forense del condado de Benton, Floyd Johnson, solicitó la ayuda del antropólogo forense Jim Chatters, y, entre ambos, reconocieron de inmediato la antigüedad de los restos y su pertenencia a la raza blanca: "Encontramos un hueso ilíaco, dos piernas y varias vértebras, que parecen pertenecer a la misma persona que el cráneo", dijo Johnson. "Es un poco ambiguo, pero tiene muchísimas características europeas. La cara es larga y los dientes no demuestran estar demasiado desgastados. Parece haber muerto alrededor de los 50 años de edad".

Otra vista donde se hizo la excavación y se
hallaron 350 piezas óseas del Hombre de
Kennewick, en la orilla del río Columbia.
Al mes del descubrimiento, los restos se vieron envueltos en discusiones acerca de la relación entre los derechos religiosos de los nativos americanos y la arqueología. Basados en el "Acta de Protección y Repatriación de las Tumbas de los Nativos Americanos", cinco grupos de nativos americanos (los Nez Perce, Umatilla, Yakama, Wannapum, y Colville) reclamaron los restos como suyos, para ser enterrados según la tradición. Sólo los Umatillas continuaron con su petición en la corte. En febrero de 2004 La corte decidió que aún no se encontraba un enlace cultural entre las tribus y los restos, permitiendo realizar más estudios científicos.

Análisis revela que tiene entre 9.200 y 9.600 años
En el momento del hallazgo, los investigadores enviaron un pequeño fragmento de uno de los huesos de la mano al Laboratorio de la Universidad de California en Riverside, a fin de que fuese sometido al análisis del carbono-14. Prueba y contraprueba fueron realizadas de inmediato, y los resultados enviados a Chatters, Johnson y la policía de Kennewick el 28 de agosto de 1996. El tiempo se detuvo mientras los investigadores leían las conclusiones del estudio: ¡el método radiactivo arrojaba una antigüedad de entre 9200 y 9600 años!

El antropólogo forense Jim
Chatters, en una foto de
agosto de 1996.
Esto colocaba al así bautizado "Hombre de Kennewick" como el segundo esqueleto humano más antiguo jamás hallado en los Estados Unidos. El más viejo, de 16.000 a.C., llamado el Hombre de Meadowcroft, descubierto en una caverna de Pennsylvania y estudiado por James Adocasio, que demostraba que el hallazgo en el río Columbia no era el del único hombre caucásico.

En julio de 2005, científicos de todo Estados Unidos se reunieron en Seattle durante diez días para estudiar los restos, haciendo mediciones detalladas y determinando la causa de la muerte.

Cuando se descubrió el esqueleto, se había sugerido que era un personaje histórico euro-americano, pero cuando se evidenció en la datación por radiocarbono que tenía unos 9.200 a 9.600 años, provocó una batalla legal sobre la disposición de los restos óseos.

Algunos huesos del Hombre
de Kennewick; arriba las
costillas de 9.000 años
de edad.
El periodista Dave Schafer escribe: "Los antropólogos que han examinado los restos afirman que muestran características mucho más cercanas a las de los antiguos europeos que a los indios americanos, y que por ello deben ser estudiados, no puestos en una tumba".

Pero el reclamo de los indígenas del lugar deviene lógico, si tomamos en cuenta que sus reclamos territoriales en los Estados Unidos se basan en el derecho de precesión, esto es: sus tierras son suyas porque ellos llegaron primero. ¿Dónde quedarían los derechos de las tribus a sus reservaciones si Chatters y Johnson acababan de demostrar que un hombre blanco había vivido en Kennewick al mismo tiempo que los primeros invasores mongoles? Sin ponernos del lado del genocida étnico como el general Custer, tal vez todo el derecho indígena americano estaba, en realidad equivocado si se demostraba que existió una población de hombres caucásicos antes del “poblamiento oficial de América”.

Tal vez, según toda esa legislación, los indios de Norteamérica habían ocupado tierras que no les correspondían. Tal vez los Estados Unidos habían pertenecido a los europeos desde el Neolítico.

La dura vida del Hombre de Kennewick
Hace 9.600 años, o hace 7.600 años a.C. el hoy llamado Hombre de Kennewick (que no era un indígena de raza amarilla como quieren desde 2015 hacernos creer), vivía probablemente solo o en una pequeña comunidad, cazando y pescando.

Reconstrucción del rostro del Hombre
de Kennewick, todos ven un hombre
blanco no un indígena mongoloide.
La forma de su cráneo dolicocéfalo (como los cráneos europeos), su cara larga y estrecha como las de los caucásicos y sus dientes sin desgastar debido al consuetudinario consumo de carnes cocidas y otros alimentos blandos (todas características ausentes en los nativos norteamericanos primitivos), permiten inferir que el Hombre de Kennewick era un hombre de Cromañón que no habitaba en Europa sino en América del Norte. Algo inconcebible para la “prehistoria oficial”.

El Hombre de Kennewick murió cuando tenía entre 45 y 55 años de edad. Fue un hombre blanco que pesaba entre 70 y 75 kilos, de 1,76 metros de estatura (más alto y más delgado que los indígenas de la zona), y los científicos creen que se trataba de un cazador nómade. Tenía una gran fuerza física y una enorme, indomable voluntad de vivir. Esto último se demuestra por el estado de sus huesos: en su cadera derecha llevaba alojada una punta de lanza de piedra de 6 centímetros de longitud. La herida fue provocada por el impacto de una lanza a alta velocidad, posiblemente arrojada por un palo de arrojar lanzas (ya que los arcos y las flechas aún no se habían inventado). El Hombre de Kennewick debe haber intentado extraer la lanza, lo cual no logró. Sólo podemos imaginar el dolor y el sufrimiento que debe haber experimentado. Finalmente, optó por la solución más simple: cortó la vara y dejó la punta en el hueso. La herida fue en vivo: el hueso se curó alrededor de la perforación de la cadera, y siguió creciendo hasta cubrir los filos del arma casi por completo.Ello demuestra que nuestro hombre vivió muchos años más, después de recibir su lesión. La herida de la lanza es otra prueba de la antigüedad de los restos: los proyectiles de ese tipo en concreto (conocidos como "cloviscienses", por la cultura neolítica denominada "Cultura de Clovis", que se desarrolló en el actual Nuevo México) aparecieron hace 9000 años y se dejaron de utilizar hace 5000.

Una punta de lanza de piedra quedó alojada
en el lado derecho de la cadera del Hombre
de Kennewick. El hueso cicatrizó y
siguió creciendo.
Pero esa no fue la única herida que sufrió nuestro amigo: había sido víctima de un aplastamiento de la caja torácica (al cual también sobrevivió) y tenía el brazo izquierdo paralítico desde la infancia. El Hombre de Kennewick falleció de una infección o septicemia generalizada, posiblemente producida por alguna de las múltiples heridas que parecía propenso a sufrir.

Este hombre duro, batallador y apegado a la supervivencia, seguramente nunca imaginó el revuelo que el descubrimiento de sus huesos iba a provocar entre los hombres, un centenar de siglos más tarde.

El Hombre de Kennewick tuvo alojada
en su cadera esta afilada punta de
piedra de 6 cm.
La demanda de los aborígenes, provocó una división en las relaciones entre antropólogos y nativos. Pero en 2004 el juez emitió un fallo a favor de un estudio más detallado, el que se publicó en 2014. En esa oportunidad, datos isotópicos anatómico y morfométricos concluyeron que “el hombre de Kennewick se asemeja a la población, en particular la correspondiente a los ainu, polinesios y japoneses, y que también tiene ciertos rasgos morfológicos “similares al europeo”. Aseguró que era anatómicamente moderno, distinto de los nativos americanos.

El escándalo iba en aumento y provocó un gran debate entre los indígenas, antropólogos y científicos, que a su vez entre ellos mismos no llegaban a un acuerdo.

La conspiración para convertir el cráneo de un blanco en indígena siberiano
Tras su descubrimiento del 28 de julio de 1996, los huesos del Hombre de Kennewick permanecieron bajo la custodia del forense Johnson, pero el investigador no quiso indicar el lugar donde estaban almacenados para evitar que los periodistas los fotografiaran.

Ubicación de Kennewick, en el
estado de Washington.
Lo que sí afirmaba Johnson era que el esqueleto no mostraba signos de artritis, lo que indicaba que debía en efecto ser un cazador, ya que no había soportado grandes pesos o cargas durante su vida. El buen estado de su dentadura también confirmaba su profesión, ya que señalaba que había ingerido grandes cantidades de carne. En aquellos tiempos, sólo quienes sabían cazar comían carne, porque la domesticación del ganado aún estaba en el futuro.

La polémica, apenas a un mes y medio del descubrimiento de los restos, abandonó los límites estrechos de la comarca donde fue encontrado y se extendió a la prensa estadounidense.

Cinco razas humanas, el cráneo
del Hombre de Kennewick puede
perfectamente atribuirse a
un europeo.
El 4 de septiembre de 1996 un reportaje sobre el Hombre de Kennewick salió en las noticias de la noche en una de las grandes cadenas televisivas, y al día siguiente, el doctor Johnson recibió una extraordinaria visita: un gran convoy de cuatro camiones militares se detuvo, temprano en la mañana, ante la Oficina Forense del Condado de Benton. De él descendieron numerosos soldados armados, que, en términos no del todo agresivos pero sin preocuparse en disimular sus fusiles, reclamaron al forense los restos "del nativo norteamericano hallados en el Parque Columbia". Custodiado por curtidos sargentos veteranos, el cuerpo del Hombre de Kennewick desapareció con rumbo desconocido.

Así como no se molestaron en disimular que si no se les entregaba los huesos harían uso de la fuerza para obtenerlos, los militares yanquis tampoco se preocuparon siquiera de fingir que eran neutrales en la controversia acerca de la naturaleza y propiedad del Hombre de Kennewick. Minutos después del vergonzoso despojo —por orden del Oficial Asistente Ejecutivo del Cuerpo de Ingenieros, Lee Turner—, el mismo afirmó que, si bien ni él ni ningún otro oficial del Ejército había visto los restos, tampoco tenían motivo para dudar de los indios norteamericanos cuando decían que se trataba de uno de sus ancestros.

El vocero del Cuerpo de Ingenieros, Dutch Meier, fue todavía más explícito: "Los huesos se hallan a partir de hoy bajo custodia del Cuerpo de Ingenieros de los Estados Unidos y en un sitio secreto", dijo. "Lo hacemos así por consideración a las tribus, y les aseguramos que están recibiendo el cuidado debido por parte de personal competente. Los tratamos como restos de un nativo americano y estamos esperando que los cinco grupos tribales del Noroeste determinen cómo proceder". Y, con respecto de a quiénes apoyaba el ejército norteamericano, continuó: "No sé de qué me hablan. Nuestra necesidad más inmediata es satisfacer a las tribus", dijo, como para no dejar duda al respecto. "Debemos respetar sus deseos de honrar a este antepasado y ver pronto enterrados a sus restos"(para evitar una investigación posterior que pueda contradecir la “historia oficial”).

Sin hacer ni siquiera una mención del cráneo dolicocéfalo, los largos dientes y la nariz de tipo caucásica del Hombre de Kennewick, Meier justifica la posición de los militares haciendo referencias a las "conclusiones" que los indígenas sacan de unos estudios que todavía no se habían efectuado. Esta clara muestra de malicia tendía, ciertamente, a convencer al público de la razón que asistía a los indígenas. El ejército ya había tomado una posición indefectible: "Sus conclusiones son que definitivamente se trata de su antepasado. Y nosotros los apoyamos en el sentido de que los restos son de un ancestro de los nativos americanos", afirmó. Más clarito, échele agua. "Sí, sí, ya sé que puede haber otros intereses que debamos considerar", dijo. Se refería a la ciencia como "otros intereses". En otras palabras, el calvario de los científicos verdaderos por estudiar al Hombre de Kennewick acababa de comenzar.

El argumento legal de las tribus de la región era que los restos quedaban comprendidos en los términos del Acta sobre Tumbas Nativas Americanas y Repatriación (ATNAR), que dice taxativamente que los restos humanos de indios americanos pertenecen a las tribus, sin importar su antigüedad. Extraño concepto para aplicar con los restos de un hombre que, en vida, parecía un inglés o portugués alto y blanco, de larga narizsimilar a la de un anglosajón moderno.

Las tribus indias Umatilla, Yakama, Wanapum, Nez Perce y Colville, unidas en su Concilio Tribal, se apresuraron a presentar un recurso judicial para que se aplicaran los términos de la ATNAR con respecto al Hombre de Kennewick.

Cerrando filas en torno a los reclamos indígenas, el ejército de los Estados Unidos no podía hacer menos que demostrarles su apoyo: decidió publicar dos edictos en los diarios, invitando a toda tribu norteamericana que considerara que el Hombre de Kennewick era su ancestro y por lo tanto que tenía derecho a poseer sus restos y enterrarlos si se le antojaba, a que se sumara a la iniciativa de las cinco tribus del noroeste y presentara también recursos de amparos para que la justicia ordenara aplicar el Acta.Es difícil ser más explícito respeto de con quién se alinea uno.

Sin embargo, el juez en cuyo tribunal recayó el caso, se mostró bastante más moderado que los militares norteamericanos: impuso una tregua de 30 días en los que recabaría el consejo de los expertos. Otra falacia: salvo Chatters, Johnson y los científicos californianos que habían efectuado el dosaje de C-14, ningún otro científico del mundo había sido autorizado a estudiar los restos, que ahora descansaban en Walla Walla dentro de una bóveda blindada del Cuerpo de Ingenieros, custodiada por los 1400 efectivos del mismo armados hasta los dientes. ¿Quién iba a asesorar al juez? Los aborígenes, por supuesto.

Simultáneamente, se impidió el acceso a toda persona al Parque Columbia, parte del río Columbia y toda el área donde se encontraron los restos (porque podrían encontrarse otros fósiles de caucásicos y se derrumbaría el argumento indígena), con la excusa que forman parte de una gran área de tierras propiedad del gobierno de los Estados Unidos y administradas por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército (CIE). La sede del Cuerpo en la zona se halla en Walla Walla.

El vocero Meier, del CIE, expresó entonces que "la mayor parte de las decisiones que quedan por tomarse deberán serlo por las tribus. El Cuerpo de Ingenieros quiere dejar en sus manos la posibilidad de inhumar el esqueleto". El núcleo del asunto, como se ve —el hecho de que si los científicos dictaminaban que el Hombre de Kennewick era un blanco europeo, los aborígenes podían perder el derecho de precesión y la posibilidad de explotar sus tierras— ni siquiera era mencionado por los actores de este drama. Lo único que se consideraba es que los restos humanos son sagrados para los indios. Con ese criterio, nadie podría hacer una autopsia a ningún resto óseo, y la antropología y la medicina forense dejarían de existir.

El 4 de octubre de 1996 el teniente general Joe Ballard, comandante del CIE, recibió una tajante carta del representante (algo así como un diputado nacional) por el Estado de Washington Doc Hastings: "El entierro del Hombre de Kennewick sin realizarle profundos estudios científicos será una tragedia", expresa el legislador. "Como los huesos son tan extremadamente antiguos y se sabe tan poco sobre el período del asentamiento del Hombre en Norteamérica, deviene imprescindible aprender mucho más sobre este esqueleto antes de determinar la custodia o propiedad del mismo sobre la mera base de un vago e insustancial reclamo de relación cultural", dice la carta. Otros científicos se sumaron de inmediato al reclamo.

El ejército reaccionó con ironía. El vocero Meier respondió con sorna: "Nadie aquí en Walla Walla sabe quién es ni ha oído hablar de Hastings". El periodista Dave Schafer lo desasnó con no menor sorna, haciéndole saber que el representante Hastings, primer funcionario electivo en proponerse hacer justicia con el Hombre de Kennewick y la ciencia, era nada menos que el presidente de la Subcomisión del Congreso de los Estados Unidos para Asuntos Nativos Americanos e Insulares, bajo cuya jurisdicción la disputa caía de lleno. "Esos estudios pueden darnos otra mirada acerca de los orígenes del Hombre", escribió Schafer, sin agregar los epítetos insultantes que el militar sin duda se merece.

La carta de Hastings a Ballard concluye diciendo que "Mientras yo comprendo que ciertas disposiciones de la ATNAR podrían aplicarse a este caso, lo urjo a posponer cualquier acción hasta que se determine el origen de los huesos concluyentemente o hasta que el Congreso de los Estados Unidos haya tenido la oportunidad de revisar este importantísimo asunto".

Pero, como es obvio, Ballard, Turner, Meier y el ejército norteamericano no iban a detenerse por "minucias" como el conocimiento de la Humanidad acerca de su propio pasado, la ciencia, la democracia, el Congreso de los Estados Unidos, la Comisión de Asuntos Indios ni cualquiera que quisiera conocer la verdad sobre la historia de la humanidad. En este caso tenían el cuerpo de un blanco al que se esforzaban por convertir en indio. Ni siquiera la sugerencia que Hastings hacía en su carta —que el CIE mantuviera la custodia de los restos mientras permitía al mismo tiempo que los científicos los estudiaran— tuvo ningún eco: los líderes tribales le respondieron que cualquier nuevo estudio de los huesos estaría faltando el respeto al muerto, y que su edad o sus características étnicas no agregaban o quitaban nada al asunto. En otras palabras, puede que el Hombre de Kennewick haya sido noruego, escocés o checo, pero para ellos es un indio de todos modos. Suena lógico, pero sólo en el contexto de la explotación de sus tierras. "Los restos han de ser enterrados por indios norteamericanos en una ceremonia especial y en un lugar secreto", gruñeron los indios. Se comprende que esto terminará para siempre las posibilidades de descubrir nuevos hechos acerca del poblamiento humano de América.

A medida que la historia del antiguo americano continuó tomando estado público, los periodistas de todo el mundo se pusieron del lado de los científicos profesionales: la barbaridad que los indios norteamericanos pretendían hacer con el Hombre de Kennewick fue puesta en evidencia en varios artículos publicados en Newsweek, el Boston Globe, The New York Times, la red Canadian Network e incluso publicaciones especializadas como Archeology Magazine. Los periodistas comenzaron a trasladarse en masa a Tri-Cities (el lugar poblado más cercano al sitio del hallazgo) y las falacias del ejército comenzaron a quedar en evidencia.

La presión de la prensa provocó inmediatas reacciones en los políticos, que son muy sensibles a lo que dicen los diarios masivos. Doc Hastings, que había luchado en solitario, se vio agradablemente sorprendido al comprobar que otros legisladores y políticos se plegaban a su solicitud de que los científicos pudieran estudiar los restos. Una segunda carta al comandante del CIE, enviada adecuadamente el 12 de octubre de 1996, fue esta vez firmada no sólo por el republicano Hastings, sino también por el senador por el estado de Washington del mismo partido Slade Gorton y los congresistas republicanos de Washington D.C. Jack Metcalf (de Langley) y George Nethercutt de Spokane. Avisados de que el Cuerpo de Ingenieros se preparaba para devolver los huesos a las Tribus Confederadas de la Reservación de los Indios Umatilla de Oregón (¡ni siquiera pertenecientes al mismo estado donde se habían encontrado los restos, ya que fue hallado en Washington!), los cuatro legisladores intentaron presionar un poco más al general Ballard para conseguir, al menos, un aplazamiento de la sentencia de muerte de nuestros conocimientos sobre el Hombre de Kennewick: "No negamos ningún derecho de las tribus para reclamar objetos o restos humanos ancestrales en los términos de la ATNAR", dicen los firmantes. "Sin embargo, los estudios científicos preliminares sugieren que este hombre era de raza caucásica, o que representaba a un grupo de población —ahora extinto— que no resulta ancestral de los actuales indios norteamericanos. Si se demuestra cualquiera de las dos teorías, ello extinguiría cualquier derecho legal de los Umatillas a reclamar los restos". Y siguen: "Evitar la reinhumación de los restos puede ser de significación vital para un estudio que está llevando a cabo el Instituto Smithsoniano, cuyos objetivos son establecer si las primeras oleadas migratorias a América son los antepasados de nuestros indios de hoy, o si fueron desplazados ulteriormente por otros grupos", justamente aquello que a los indios no les interesaría ni siquiera imaginar.

En una entrevista televisiva, Hastings afirmó que decidió intervenir cuando el comisionado del condado de Benton, Ray Isaacson, le advirtió que el ejército estaba por entregar los restos a los indios para que los tiraran a un pozo."Los científicos se merecen una oportunidad de estudiarles", dijo el político.

Pocos días más tarde, ocho antropólogos —dos de ellos del Instituto Smithsoniano y el resto de diferentes universidades— firmaron una solicitud al juez para que detuviera la repatriación de los restos del Hombre de Kennewick. "Su entierro privaría a los científicos de cualquier derecho u oportunidad de estudiar este tesoro. El estudio del esqueleto sería un enorme beneficio para los Estados Unidos".El documento ingresó por Mesa de Entradas de la Corte del Distrito, e intenta plantear una situación de equilibrio entre la búsqueda del conocimiento científico y las creencias religiosas de los indios del curso medio del río Columbia. "La decisión del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos es arbitraria y caprichosa", afirma el recurso, y solicita que la justicia impida que los restos sean entregados a los indios y que se estudien para verificar si en verdad están relacionados étnicamente con esos mismos indios. Los antropólogos sostienen que no hay pruebas de que exista ninguna relación y se quejan de que una decisión que cae íntegramente dentro de la órbita de la ciencia sea puesta en manos del ejército norteamericano, protestando a la vez por haber sido discriminados. "Nos niegan el acceso a los huesos simplemente porque tenemos distintas creencias religiosas a las de los indios". Los indígenas, a su vez, se quejaron de que los ocho antropólogos fueran de raza blanca.

Uno de los firmantes del recurso de amparo, el doctor Douglas Owsley, Jefe de la División de Antropología Física del Instituto Smithsoniano, afirmó entonces que "no debiera existir ´ciencia contraria a las creencias religiosas´, ni de los indios ni de nadie. Honramos al Hombre de Kennewick porque queremos aprender de él. Hay muchos tipos de técnicas para examinar sus restos sin causarles daño", concluyó. El antropólogo declara que los restos presentan oportunidades de estudio que no se han dado en otros casos de hallazgos: en realidad sabemos muy poco del poblamiento de América. "Vinieron varias oleadas de cazadores nómades, para morir aquí, seguir viaje, entremezclarse o establecerse para siempre. No conocemos el destino de toda esa gente. Y no sabemos quiénes los reemplazaron".

El Hombre de Kennewick pasó dos años en la oscuridad de su caja sellada, custodiado por soldados (¿temerían que intentase escapar?). Llegamos así al mes de enero de 1998. Durante este tiempo, ni los indios ni los científicos habían permanecido ociosos.

Jim Chatters, el primer antropólogo forense en estudiar los huesos —al día siguiente del descubrimiento—, no se cruzó de brazos: ya que no podía estudiar los restos, investigaría el terreno donde fueron hallados. Si el desconocido fue enterrado en el sitio de su hallazgo por miembros de su clan, sus restos hubiesen sido cubiertos por distintas capas de sedimentos de distintas épocas. Sin embargo, los depósitos de sedimentos en los intersticios de los huesos, analizados por los geólogos, demostraron pertenecer a un estrato de más o menos 9000 años de edad, cifra totalmente compatible con la datación del C-14 obtenida por la Universidad de California dos años antes.Chatters llegó a esta conclusión luego de entregar para su estudio 24 muestras de diferentes estratos geológicos. Las muestras fueron estudiadas por los geólogos del laboratorio de la Universidad del Estado de Washington, y los resultados no dejan lugar a dudas.

Chatters conserva las fotos y dibujos que realizó durante el breve lapso en que le fue dado estudiar el cuerpo, y esas imágenes muestran que los huesos fueron mordidos por coyotes. La conclusión es que, en efecto, tal vez el Hombre de Kennewick fue enterrado por sus pares pero en otro sitio. Posiblemente los coyotes lo desenterraron y le comieron la carne. Sus amigos o parientes recuperaron los huesos, los lavaron y lo volvieron a enterrar en la orilla. Quien lo desenterró por segunda vez fue el propio río Columbia, que lo arrastró quién sabe qué distancia hasta depositarlo en la zona de la carrera de lanchas, donde fue encontrado en 1996. Curiosamente, el CIE, "propietario" del río, sus orillas y todo lo que estos contengan, ayudaron a Chatters y a los geólogos a obtener las muestras de terreno.

Encima del estrato en que fue encontrado el Hombre de Kennewick, los geólogos descubrieron una capa de cenizas volcánicas del Monte Mazama, ubicado en el vecino estado de Oregón. La erupción que dispersó esas cenizas ocurrió alrededor de 4802 a.C. Si esas cenizas quedaron por encima de los huesos, quiere decir que las fechas son totalmente coherentes con las estimaciones de que el hombre murió hace más de 6, 7, 8 o 9 mil años. Recordemos que el Carbono 14 arrojó 9600 años de antigüedad.


El CIE comenzó a ponerse nervioso ante la insistencia de investigar el lugar del hallazgo, al igual que la tribu Umatilla, ambos no deseaban que se sepa la verdad. Mientras tanto, una multitud de científicos recorría minuciosamente las orillas del río Columbia, en la zona del hallazgo, en busca de otros restos que pudieran arrojar más luz sobre el asunto. Y los militares no estaban dispuestos a permitir que se hallase una "Mujer de Kennewick" o, menos todavía, un clan completo de hombres blancos premongoles.

Arrojan toneladas de tierra sobre el yacimiento
La solución que encontraron los militares y los indígenas es tan horrible, tan espantosamente desgraciada, que cuesta incluso describirla por escrito. El Cuerpo de Ingenieros planeó una diabólica solución para impedir el hallazgo de otros esqueletos de blancos, no tuvo mejor idea que cubrir las orillas del río Columbia con varias toneladas de tierra y escombros.

"Vamos a perder para siempre datos científicos irrecuperables" dijo Thomas Stafford, uno de los que tomaban muestras del suelo en las orillas, en una carta al abogado Alan Schneider, de Portland, Oregón.

Como se lee. Los militares norteamericanos querían bloquear para siempre cualquier intento futuro por encontrar un hombre blanco en sus terrenos. La idea era, dijo un científico, "erigir una barrera virtualmente impenetrable contra las investigaciones futuras". Iban a lanzar una capa de cascotes y humus de 1,40 metros de espesor, para plantar luego este terreno neoformado con cantidades de sauces, a la orilla del río. Schneider, representante legal de los ocho antropólogos, envió una nueva queja al juez John Jelderks. La única medida que tomó el magistrado fue ordenar a los quejosos y al ejército que lo mantuvieran informado cada tres meses de las medidas que se tomaran con los huesos. Ordenó también suspender nuevas decisiones hasta que él estudiase el caso.

El Director de Parques y Recreación de Kennewick, Russ Burtner, creyó en su momento que el CIE estaba "tratando de proteger el sitio".En realidad, no podía evitarlo aunque quisiese, porque la ciudad alquila los terrenos al ejército. "Decir que quieren ´proteger´ de esta forma el terreno", afirmó Stafford, "es como decir que los bárbaros quisieron ´proteger´ la Biblioteca de Alejandría y por eso la incendiaron". La realidad es que los ingenieros militares querían destruir evidencia (acaso nuevos cuerpos) que pudiesen jugarles en contra durante las audiencias. El jurista Schneider dijo: "Obviamente lo que quieren es aplastar nuevos huesos que posiblemente se encuentren enterrados allí. Además, los nuevos sedimentos agregados cambiarán la química y la física del terreno".

Mientras todo esto ocurría, un grupo de descendientes de nórdicos de la secta Asatru (adoradores de los dioses nórdicos Odín y Thor), informó que quería erigir un monumento al Hombre de Kennewick en el lugar, a quien considera su antepasado. Lo que parecía una locura, sin embargo era más lógico que los reclamos de los indígenas norteamericanos —el Hombre de Kennewick era fenotípicamente un europeo primitivo—. Los miembros de Asatru comenzaron a efectuar ceremonias en el parque, muy cerca del sitio del hallazgo de los huesos.

En marzo del ´98, los forenses del Cuerpo de Ingenieros acusaron al doctor Chatters de no haber entregado todos los huesos del Hombre de Kennewick: según ellos, faltaban parte de los fémures. Intentaron incluso presionar al forense Johnson para que acusara a su colega, a lo que él se resistió. "Tengo una fe total en la honestidad del doctor Chatters", afirmó el médico.

La secta Asatru, mientras tanto, se plegaba a los reclamos de los científicos e interponía un recurso de amparo ante el Departamento de Justicia para evitar que los militares enterraran el sitio bajo los escombros, ya que, afirman, "el Hombre de Kennewick es un europeo, un hombre blanco, seguramente un nórdico, que llegó a esta zona en bote o caminando a través de un puente de tierra".

A fines de ese mes, el Senado de los Estados Unidos formó una comisión legislativa de emergencia para estudiar este caso y proteger el sitio del hallazgo de la agresión militar.

La conclusión de la comisión senatorial estuvo en línea con los conocimientos científicos aceptados y prohibió a los ingenieros "tomar cualquier acción para estabilizar, cubrir o alterar en forma permanente la ribera del río, en un área de 91 metros a la redonda del sitio del descubrimiento". La medida deja, incluso, lugar para trabajos en las orillas "a la luz de cualquier impacto adverso potencial en la investigación científica del sitio, si una corte determinara que eso fuese necesario".

El senador Gorton expresó su acuerdo con la nueva norma, diciendo además que sería una locura o una imprudencia por parte de los militares arruinar el sitio antes de que se lo estudiase.

Como se observa, los militares habían conseguido desplazar el eje de la discusión desde la naturaleza u origen del desconocido hombre prehistórico hacia sus derechos a destruir el sitio arqueológico. Consiguieron hacer formar una comisión de notables a nivel nacional que, el 21 de marzo, los autorizó sin ambages a sepultar la orilla del río. En vista de esta autorización el CIE se apresuró a formalizar un contrato de 160.000 dólares con un contratista (Earth Construction de Orofino, Idaho) para que los proveyese de tierra, escombros, rocas de 6 metros y árboles suficientes para cubrir unos 90 metros de orilla.

El lunes 6 de abril de 1998 el CIE cumplió su amenaza: el intolerable ruido de un helicóptero despertó a los vecinos de Kennewick, mientras el ejército de los Estados Unidos arrojaba desde el aparato carga tras carga de rocas y polvo sobre el lugar del hallazgo. Inmediatamente, comenzaron a plantar los árboles.

Como se comprenderá, Chatters fue uno de los más desilusionados: "Ahora, si yo o cualquier otro científico, queremos investigar en el sitio, tendremos que excavar con equipos pesados", dijo. "Y cada vez que lo intentemos, los indios se quejarán".

Pero no había nada que hacer. Los aborígenes norteamericanos y el ejército acababan de poner el sitio donde se había encontrado al Hombre de Kennewick más allá del alcance de cualquier investigación para descubrir la verdad. Para siempre.

Poco tiempo después de esta monstruosa actitud, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos (parte del gobierno federal) comenzó a reclamar los huesos en poder del CIE. Simultáneamente, la Universidad de California en Davis solicitó permiso para completar los análisis de ADN que habían comenzado 19 meses antes.

El doctor David Glenn Smith, director del Programa de Arqueología Molecular de la Universidad, hizo una interesante declaración: "En cierto sentido, me alegro de haberlo perdido, porque tenemos cosas más importantes que hacer que correr atrás de un pedacito de hueso. Pero, por otro lado, la ciencia acaba de perder una batalla contra el gobierno, lo que establece un antecedente horrible. A mí personalmente no me interesa probar ni descartar la teoría de nadie. Lo que yo quería era descubrir la verdad acerca del propietario de este hueso".

El problema es que los análisis incompletos del ADN llevados a cabo hasta ese momento no permitían probar la relación genética del Hombre de Kennewick con ningún grupo humano moderno ni, por el mismo motivo, tampoco descartarla. Smith recibió una orden del Departamento de Justicia para que devolviera también el gramo y medio de huesos en su poder, a lo que respondió pidiendo permiso para conservar un pequeño fragmento. "Con él puedo terminar los análisis", afirmó. "Propongo incluso trabajar gratis". Lo que sucedía es que la conclusión de los análisis de ADN establecería más allá de toda duda los derechos de los diferentes reclamantes acerca de los huesos. "No lo entiendo", concluyó. "Hemos estudiado muchos huesos, pero nunca sucedió nada como esto. He sido educado para respetar la teología, pero también para seguir el método científico. Lo que pasa es que la ciencia a menudo presenta evidencias que contradicen a las creencias religiosas". Y da una pista científica que, como veremos luego, parece una verdadera premonición: "Tengo miedo de que los huesos en poder de los militares no hayan sido tratados con el cuidado debido. Si los huesos se contaminan, podemos terminar estudiando nuestro propio ADN o el de otros contaminantes".

Pero la voluntad del Cuerpo de Ingenieros iba a sobrepujar las esperanzas de Smith, Chatters o cualquier otro científico bienintencionado: el 27 de abril de 1998, un "empleado" del CIE entregó "clandestinamente" a las tribus una caja conteniendo huesos humanos y de animales, los que fueron enterrados en un lugar desconocido. Dutch Meier, quien, como se recordará, era el vocero de estos militares terroristas defensores de la “historia oficial”, afirmó que el "empleado" había sido "separado del caso" como consecuencia de su "error". Una de las piezas óseas perdidas para siempre era una costilla del Hombre de Kennewick."Sería justo describir el incidente como el resultado de un simple error humano. No debe caracterizárselo como alguna clase de acto malicioso ni deliberado". Es cierto.

Los indígenas habían ido a reclamar otros huesos (mucho más recientes) para ser nuevamente enterrados, pero el "empleado", subrepticiamente les entregó una caja adicional conteniendo huesos del Hombre de Kennewick para borrar las evidencias de que no era mongoloide.

A fines de mayo del mismo año, finalmente el Hombre de Kennewick (o, al menos, lo que quedaba de él después de la espantosa repartija de sus huesos llevada a cabo por el CIE y los indios) estaba a punto de encontrar un nuevo hogar. El Departamento de Justicia ordenó que los huesos se trasladasen a otro lugar donde pudieran estudiarse correctamente y se les completaran los análisis de ADN. La intención era averiguar si el hombre en cuestión era "legalmente" un indio americano.

Chatters y sus compañeros deseaban que los huesos fuesen depositados en el Museo del Hombre en San Diego, porque entendían que su sitio actual de depósito exponía a su ADN a catastróficas contaminaciones.

El antropólogo fue autorizado a visitar el lugar donde el CIE guardaba los restos, y esa fue la primera vez en que volvió a ver al Hombre de Kennewick desde que le fuera arrebatado por la fuerza a Johnson, dos años atrás. "El tratamiento que el gobierno ha dado a los restos fue muy pobre", dijo con tristeza. "Han permitido que los huesos se pulvericen, se quiebren y se humedezcan. Muchos fragmentos están guardados en una bolsa de alimentos de papel marrón", terminó.

Por último, el juez Jelderks ordenó que las piezas fueran mudadas al Museo Burke de Historia Natural y Cultura en Seattle, Washington. En él, dijo, habría lugares adecuados para que los científicos los estudiasen. Esta medida es la primera que autoriza a la ciencia a investigar los restos.

Pero la controversia sobre el lugar de descanso del ancestral cazador no había terminado. Los antropólogos recibieron un email de un empleado del Burke advirtiéndoles que el museo "era hostil" a la idea de seguir estudiando al Hombre de Kennewick. El juez no acusó recibo: "Estoy satisfecho con el Museo Burke", dictaminó. "Es el lugar apropiado para los restos esqueléticos en cuestión".

De modo que los huesos en efecto fueron trasladados en 1998 a Seattle y guardados en una cámara blindada de una habitación cerrada a la que se llegaba a través de un pasillo cerrado. Una de las puertas se abría sólo si dos empleados distintos operaban dos llaves diferentes. Luego de estudiar concienzudamente el lugar, los antropólogos se mostraron conformes.

Sin embargo, al revisar los huesos a poco de haber sido trasladados, hicieron un nuevo y escalofriante descubrimiento: en efecto muchas de las piezas óseas faltaban. Era, en consecuencia, cierto que alguien del ejército había robado fragmentos y se los había entregado a los indios.

Si bien los más de 350 trozos del esqueleto del Hombre de Kennewick pertenecen a una misma persona y se encontraban en más o menos (sin entrar en detalles) buen estado, grandes pedazos de huesos críticos habían desaparecido.

Owsley, el conocido antropólogo del Smithsoniano, dijo el 28 de octubre de 1998, luego de hacer un minucioso inventario de los huesos, lo siguiente: "Este aparente robo es un acto deliberado de profanación. La mayor parte de los fémures ya no están, siendo que los fémures ofrecen invalorable información acerca de la estatura, robustez, tamaño, fuerza, morfología funcional y pertenencia étnica de un cuerpo humano". Su abogado Alan Schneider dijo que "Después del cráneo, los fémures son los elementos más importantes de un esqueleto para determinar las afinidades étnicas".

Cuando Thomas descubrió el cuerpo en el río, los fémures estaban en seis piezas. Owsley encontró ahora sólo un trozo de cada uno.

A pesar de este desastre, el resto de los resultados del inventario que Owsley llevó a cabo ese día no eran tan desalentadores. Por suerte, los huesos de animal habían sido retirados totalmente. No había indicaciones de que el juego incluyese huesos de otra persona: todos los fragmentos pertenecían al Hombre de Kennewick. La calavera estaba rota en ocho pedazos pero, juntándolos, permitían reconstruir la cabeza completa (un dato clave para establecer la raza de su propietario). Treinta de los 32 dientes se encontraban aún en su sitio en las mandíbulas, y tenían entre ellos restos de comida que podían ayudar a reconstruir la dieta de este antiguo antepasado del hombre blanco. Los más de 100 trozos de costillas permitirían reconstruir las mismas en un 80%. Las caderas estaban intactas en su mayor parte, así como la mayor parte de los huesos largos de los miembros superiores, las tibias y los peronés. Sólo faltaban los fémures. ¿Por qué los militares se ensañaron con lo fémures?Misterio. Posiblemente para disimular la estatura del Hombre, uno de los rasgos que más lo diferenciaba de los indios.

Así pasaron los años, y llegamos al 19 de febrero de 2000. Dos exámenes adicionales e independientes de radiocarbono volvieron a comprobar, en ese ínterin, que, en efecto el Hombre de Kennewick tenía más de 9000 años de antigüedad. Sin embargo, el test radiactivo no podía demostrar más allá de toda duda la cuestión central, a saber: que el Hombre de Kennewick era un europeo de raza blanca. Para ello se necesitaba completar el test de ADN mitocondrial.

El día citado, el Departamento del Interior dio por fin, luego de los cuatro años de pesadilla que habían pasado, la luz verde para que se efectuaran los análisis de ADN mitocondrial sobre los restos, a efectos de determinar de una buena vez por todas a qué grupo étnico perteneció el sorprendente antepasado.

Los dirigentes indígenas pusieron por delante, como en todo este asunto, sus consideraciones anticientíficas y místicas. Las Tribus Confederadas dijeron que el OK del Departamento del Interior a los tests de ADN sentaba "un peligroso precedente". Continuaban hablando de racismo.

Matthew Dick, dirigente indígena, declaró: "Seremos juzgados tanto por el creador como por nosotros mismos a causa del modo en que tratamos a nuestros ancestros". Del derecho sobre las tierras, ni media palabra. Pero el delirio continúa: "El análisis es también una violación de nuestras creencias, porque captura el espíritu o la identidad de un hombre". Es lo mismo que creían los africanos primitivos a comienzos del siglo XX respecto de las cámaras fotográficas: que "les robarían el alma". Pero Dick insiste: "De acuerdo con nuestro sistema de creencias, la acción destructiva del test de ADN reducirá nuestra identidad a una mera serie de códigos genéticos" dijo muy suelto de cuerpo, como si la identidad de uno fuese otra cosa que los resultados de la actividad del ADN.

El abogado de los aborígenes, David Shaw, se sumó al absurdo en una carta imperdible: "Los análisis causarán daños ciertos e irreparables a las tribus, a la ciencia y a la ciencia antropológica, y representan una conducta científica y social inadecuada".

En un paroxismo de la falacia y la demencia, el antropólogo (alineado con los indios) Jonathan Marks comparó el hecho de hacer el test de ADN al Hombre de Kennewick con los experimentos nazis con judíos durante la II Guerra Mundial. "El peligro de desconocer los principios de los derechos humanos (sic) triunfará sobre las aspiraciones legítimas de la ciencia y desbordará el contexto del Hombre de Kennewick para derramarse sobre la ciencia toda".

Para el 26 de marzo de 2000, sin embargo, los análisis de ADN sobre el desconocido cazador neolítico estaban ya en proceso, a pesar de que los científicos sabían que no tendrían mucho con qué compararlo.

Los periodistas, por primera vez, fueron convocados como testigos mientras los científicos de la Universidad de California separaban los huesos uno por uno, los manipulaban con cuidado provistos de guantes estériles, y le asignaban a cada uno un código antes de ubicarlos en las platinas de los microscopios. Pero la última tragedia no tardaría en hacerse evidente. El 3 de agosto de 2000, los laboratorios encargados de los test de ADNmit informaron que ninguno de ellos había logrado éxito.

La vocera del Departamento del Interior, Stephanie Hanna, dijo que  las muestras habían sido contaminadas. El CIE permitió a los aborígenes hacer una "ceremonia fúnebre" sobre la caja de huesos, sin informar a nadie. Los indígenas quemaron hojas de árbol y diversos tipos de resinas sobre los huesos, de modo de asegurarse de que, si alguna vez se hacían análisis genéticos sobre los mismos, los investigadores trabajaran sobre vegetales modernos y no sobre el código genético del Hombre de Kennewick. Y gracias a la complicidad de gobierno y militares, habían logrado su objetivo. "El esqueleto ha sido tan contaminado con ADN contemporáneo que todas las reacciones de amplificación producen secuencias de ADN que no pertenecen al Hombre de Kennewick", dijo Hanna.

Por decreto, establecen que es mongoloide
Aceptar que se trataba de un hombre blanco obligaba a alterar toda la “historia oficial”, por lo tanto se resolvió terminar de una vez con el controversial caso.

Un estudio genético en que participó la Universidad de Copenhague, en junio de 2015 confirmó en cambio que efectivamente el genoma estudiado de los restos óseos estaba relacionado a los nativos americanos actuales (no con los anteriores a la llegada de los anglosajones).

El análisis genético del Hombre de Kennewick, un esqueleto de un hombre que vivió hace 9.200 años como mínimo, con cráneo dolicocéfalo, 1,70 a 1,75 metros de estatura, masculino, descubierto en el río Columbia en el estado de Washington, “corresponde al hombre indígena nativo americano de hoy” y caso cerrado. Este resultado terminó con una larga “disputa entre los nativos americanos y los científicos estadounidenses, e incluso dentro de la comunidad científica internacional”, destacó la Universidad de Copenhague, el 18 de junio.

“Un nuevo estudio basado en la secuencia del genoma muestra que el hombre de Kennewick es de hecho más estrechamente relacionado con los nativos americanos modernos, que a cualquier otra población en todo el mundo”, dice el documento de Copenhague. Recordemos que los análisis realizados en agosto del 2000 en la Universidad de California determinaron que los restos óseos habían sido contaminados por ADN contemporáneo.

El profesor Eske Willerslev, genetista de la Fundación Lundbeck, y del Centro de GeoGenetics, de la Universidad de Copenhague, concluyó que “es importante destacar que en la actualidad no es posible identificar a qué modernos nativos americanos están más estrechamente relacionado el Hombre de Kennewick, ya que nuestra base de datos de ADN comparativa es limitada, especialmente para los grupos de nativos americanos en los Estados Unidos”.

Sin embargo, agrega el investigador “entre los grupos para que tenemos datos genéticos suficientes, nos encontramos con que las Tribu Confederadas de la Reserva Colville son uno de los grupos que muestran estrechas afinidades con el hombre de Kennewick, o al menos a la población a la que pertenecía”. Lo que no aclara el informe es que las tribus de la Reserva Colville desde la llegada del europeo tienen sangre mestiza, ya no son puras, la prueba está en que muchos de sus miembros tienen apellidos ingleses.Estas tribus habitan el noroeste de América del Norte.

El Dr. Willerslev aclaró que en la medida que sean secuenciados otros grupos nativos americanos, esto podría identificar otras similitudes. Los investigadores de la Universidad a su vez rechazaron las hipótesis que surgieron de una anterior evaluación del cráneo, las cuales habían relacionado a Kennewick con la población en Japón, Polinesia o incluso de Europa.

La reserva Colville está ubicada en el centro norte de Washington, en la provincia Highlands Okanogan. Ocupa la sección sureste del condado de Okanogan y la mitad sur del condado de Ferry, además de algunas zonas del Condado de Chelan. De acuerdo a datos históricos, hasta mediados de la década de 1800, los antepasados de esta tribu eran nómadas en la región. “Se desplazaban de un lugar a otro para ocupar los sitios de pesca y las bayas de la cosecha y plantas nativas”, según el sitio Internet de la Reserva Colville.

Con este decreto que nadie cree, permite mantener la “historia oficial”, que el Hombre de Kennewick y los nativos americanos actuales proceden de poblaciones asiáticas que llegaron a América a través del estrecho de Bering hace 12.000 años.

Esta gente procedía del Asia, más precisamente de la actual Siberia, Mongolia o Tíbet. Correspondían a diversos subtipos de raza amarilla, hablaban lenguas diversas y tenían distintos niveles de civilización.

No se puede enterrar la verdad
Aunque se hizo todo lo posible para que no se conociera la verdad sobre el Hombre de Kennewick, hoy es más que evidente que, más allá de las lamentables circunstancias que rodearon y aún rodean este hallazgo fascinante, el principal eje acerca del cual deben girar todas las discusiones ulteriores es el siguiente: ¿Cómo afecta la mera existencia del Hombre de Kennewick a nuestros conocimientos aceptados acerca del poblamiento “oficial” de América?

Convengamos en que, hasta el 29 de julio de 1996, si cualquiera de nosotros le hubiese planteado a un antropólogo la posibilidad de que los hombres blancos hubiesen llegado a América hace casi 10.000 años, hubiésemos sido despedidos a los gritos. ¿Qué significa el hallazgo del Hombre de Kennewick, entonces?

Sin desestimar del todo las hipótesis previas, es menester reconocer que manejábamos datos incompletos y parciales. La teoría más aceptada acerca del poblamiento humano de América fue formulada por Paul Rivet en 1924, y contiene ya desde su origen el germen de la teoría más moderna, a saber: el hombre llegó al Nuevo Continente en oleadas sucesivas (posiblemente en busca de animales de caza), mayormente desde Siberia atravesando el Estrecho de Bering.Por cierto que los primeros pobladores (en esta teoría primigenia) tenían caracteres étnicos mongoles y premongoles.

Más tarde, las migraciones fueron completadas por viajes de los australianos y melanesios a otras partes de nuestro continente, lo que explica el parecido antropométrico de los indios fueguinos con los aborígenes australianos, el predominio (muy raro en las poblaciones mundiales) del grupo sanguíneo 0 en ambas poblaciones, y la aparente influencia austromelanesia en las lenguas de los onas/selknam, yaganes y alacalufes. Con mayor o menor grado de detalle, con agregados o sustracciones, esta teoría, apoyada por figuras de la talla del noruego Thor Heyerdahl, representa el conocimiento que fue aceptado hasta el descubrimiento del Hombre de Kennewick.

Nadie, ningún científico, salvo el gran antropólogo Dick Edgar Ibarra Grasso hubiese soñado incluir en estas oleadas migratorias prehistóricas a un grupo caucasoide de tipo europeo (con acusados rasgos anglosajones) como los que presenta el desconocido hallado en Tri-Cities.¡Y menos todavía imaginaron descubrirlo en la costa pacífica de América del Norte!

¿Por qué? Pues, sencillamente, porque siempre se miró con desprecio e incredulidad a quienes sostenían las teorías correspondientes a presencia de hombres blancos en América antes del 12 de octubre de 1492. Durante décadas se ridiculizó a quienes sostenían que los escandinavos habían descubierto América, a quienes hablaban de una influencia lingüística griega sobre las culturas mesoamericanas (sabemos que la raíz de la palabra "Teotihuacán" es la misma que en el griego "Teos", por ejemplo en "teología", esto es, "Dios" y significa “Lugar de los dioses”), a quienes decían haber visto inscripciones de tipo rúnico en Bolivia o a los investigadores que insistían en la posibilidad de que los fenicios y cartagineses hubiesen descubierto el Nuevo Mundo en tiempos clásicos.

De la presencia vikinga en Terranova o en Labrador casi nadie duda hoy en día, salvo algunos imbéciles, pero que existieran hombres blancos en el continente americano hace más de 10.000 años se sigue negando a pesar de los posteriores hallazgos que existen. El Hombre de Kennewick vino a derrumbar toda la teoría (NEAC), siglas de “ningún europeo antes que Colón”, tan cuidadosamente elaborada.

La solución es muy simple: reconocer que la ciencia oficial estaba equivocada. Mejor dicho, parece simple, pero no lo es. Y no es tan fácil por la sencilla razón de que reconocer que el hombre blanco estuvo en América contemporáneamente (o acaso incluso antes) que los primeros invasores mongoles, antepasados de los indios americanos, es algo que a los científicos, antropólogos e historiadores les parece una aberración, un tema tabú.

El hallazgo del Hombre de Kennewick contradice todo lo enseñado desde siempre. Un pobre cazador blanco sobreviviendo hace 9.600 años en tierras infestadas de animales salvajes, era un tema muy molesto para todos los que quieren que vivamos en una mentira permanente.

¿Cómo llegó el Hombre de Kennewick a América?
Hay que plantear una proposición básica: hace 10.000 años, la Tierra se encontraba en medio de una Era glaciar; lo que significa que las masas de hielo del norte de Europa y América eran mucho mayores, más sólidas y más extendidas que las que se observan hoy. Ello ofrecía caminos terrestres por los que los animales (y por supuesto el Hombre) pudieron llegar caminando, tras largas y trabajosas migraciones, hasta el continente americano. Incluso se pudo viajar en primitivas canoas de cuero, siempre a pocos metros de la costa, desde España o las Islas Británicas, por ejemplo, hasta Groenlandia, Terranova, Labrador o la Costa Este de los Estados Unidos.

Había inmensas masas de hielo que cubrían el norte del planeta en aquellos tiempos. Obsérvese que se podía ir caminando desde Inglaterra hasta Estados Unidos o mediante navegación de cabotaje. Imaginemos por un momento que uno de éstos haya sido el camino que el Hombre de Kennewick o sus antepasados recorrieron. Pero a él se lo encontró cerca de la costa del Pacífico. ¿Por qué no se han encontrado otros restos en lugares intermedios (digamos Nueva York o Chicago)? Por la misma razón por la cual no encontramos al Hombre de Kennewick hasta 1996. Por casualidad.

Acaso en un futuro próximo o lejano comiencen a descubrirse más restos de europeos prehistóricos en el continente norteamericano (dicho sea de paso, ya se han encontrado otros restos similares de hombres blancos prehistóricos en otros lugares de Estados Unidos, dejando sin argumentos a los detractores de la presencia de Hombres ¿de las cavernas? antes de la llegada de las oleadas de inmigrantes asiáticos de origen mongol.

La reconstrucción del rostro del Hombre de Kennewick le da un origen céltico. Se ha señalado el parecido que tuvo en vida con el rostro del actor británico Patrick Stewart (el Capitán Picard de Viaje a las Estrellas), de ascendencia galesa (celta) e inglesa (nórdica y sajona). Otra reconstrucción de su rostro da un rostro de un cazador caucasoide, sin parecido con un piel roja.

Otras teorías apuntan no a la migración desde Europa sino a la migración de comunidades o individuos blancos aislados procedentes del Extremo Oriente. Los ainos de la isla de Hokkaido, al norte del Japón, considerados los pobladores originales del archipiélago nipón, son de raza blanca. Actualmente viven unos 4.000 de ellos en su isla original, y se supone que fueron paulatinamente desplazados en tiempos prehistóricos por otros pueblos de raza mongola y polinesia: los japoneses modernos.

Otros hallazgos de hombres blancos
De lo que sí, hay un hecho incontrastable, que se prueba por el mero hallazgo del desconocido cazador del río Columbia: hace 10.000 años, cuando se suponía que sólo ancestros mongoles habitaban Norteamérica, al menos un hombre blanco cazaba entre sus bosques.

Actualmente, hay nuevas técnicas genéticas y antropológicas que pueden permitir, a despecho de la contaminación que ex profeso se hizo de sus huesos, determinar con mayor precisión de dónde vino, por qué medios y con qué grupos étnicos estaba emparentado.

Se podrían hacer pruebas genéticas como la presencia del haplogrupo X (ADNmt), que puede ser un indicio de migraciones desde Europa de hace unos 13.000 años a.C.

En ese momento ya estaba en curso el poblamiento de América por la ruta del Pacífico. En muchas regiones de América ya existían asentamientos humanos y grupos poblacionales provenientes de Asia y de los que se tienen registros, como la cultura Clovis, en los Estados Unidos.

Algunos autores sostienen la posibilidad de colonización de América por una migración proveniente de Europa, particularmente de Iberia y hace 15.000 años, la cual trajo consigo al haplogrupo X y constituiría una conexión entre la cultura solutrense y la cultura Clovis. Se ha equiparado la industria lítica Clovis con la de la cultura solutrense, basados en el estilo de la fabricación de herramientas, pero no se considera que haya evidencia concluyente. También se ha sugerido que los restos del hombre de Kennewick, de unos 9.200 años de antigüedad y fisonomía similar a los europeos podrían estar relacionados con una emigración europea en las primeras etapas del poblamiento de América. Restos encontrados cerca de la ciudad de México de hace 13.000 años con apariencia caucásica refuerzan esta hipótesis.

La hipótesis solutrense fue propuesta inicialmente en 1998 por Dennis Stanford del Instituto Smithsoniano (EEUU) y Bruce Bradleyde la Universidad de Exeter (Inglaterra).

Bradley y Stanford, plantean una sorprendente hipótesis. Sin negar la inmigración paleomongoloide por la ruta de Bering, sostienen que hace 18.000 años grupos de cazadores europeos habrían llegado en embarcaciones rudimentarias cruzando el Atlántico por el lado oriental de América del Norte.

Uno de los hallazgos de hombres prehistóricos es el Hombre de Meadowcroft, en el suroeste de Pennsylvania datado del 16.000 a.C. Un europeo mucho más anterior al Hombre de Kennewick y los hallazgos de herramientas líticas se asemejan a los del Paleolítico europeo. Incluso son miles de años anteriores a las puntas de lanzas Clovis (Nuevo México) datadas del 11.000 a.C., otros instrumentos semejantes, con una antigüedad de 13.000 años a.C., fueron ubicados en el este de los Estados Unidos, en Cactus Hill y Topper. La Cultura Folsom de 9.000 a.C. en Nuevo México, por las puntas de lanza líticas tendría una relación con estos hallazgos.

Otro hallazgo, anterior al del río Columbia fue en la Cueva del Espíritu, en 1940, a trece millas de Fallon, Nevada, donde una pareja de arqueólogos, Sidney y Georgia Wheeler encontraron dos momias caucásicas de 9.400 años. En marzo de 1997 la tribu Paiute-Shoshone se opuso a que se haga un análisis de ADN.

Migraciones probables venidas de Europa no se hicieron presentes hasta la aparición del Haplogrupo X (ADNmt) un haplogrupo mitocondrial típico de Eurasia Occidental y de poblaciones nativas de América del Norte.Es descendiente del macrohaplogrupo N. Se originó en el Medio Oriente hace unos 30.000 años y sus descendientes son X1 (con unos 10.000 años de antigüedad, está restringido al Medio Oriente, así como al Norte y Este de África) y X2 (con unos 21.000 años, presente en todo Eurasia Occidental, América y en Siberia).

El Haplogrupo N (ADNmt) se originó probablemente en Asia Meridional. Al igual que el Haplogrupo M (ADNmt), tiene una antigüedad aproximada de 60.000 a 65.000 años y un origen probable en Asia Meridional, dada la diversidad en esta región, ya sea por temprana divergencia en la ruta de África o por subsecuentes migraciones de regreso hacia Eurasia Occidental. En la medida de sus frecuencias, Haplogrupo N (ADNmt) es considerado un haplogrupo euroasiático-occidental con su centro más importante de expansión en el Cercano Oriente.

Es la mutación “N” o Haplogrupo N (ADNmt) humano, la que logró hacer las adaptaciones a el frío extremo en Eurasia durante la glaciación conocida como "Würm" en Europa o como "Wisconsin" en América, la última que conoció la tierra y terminada en el Pleistoceno, llamada la "glaciación antropológica", debido a que fueron usadas por el hombre para su paso a América. Se considera que la era glaciar comenzó hace 100.000 años y terminó hace 12.000.

Conclusión sobre el Hombre de Kennewick
Hoy, por más que nos insistan diciendo una y otra vez que el Hombre de Kennewick era un hombre de rasgos mongoloides, no lo creeremos jamás, basados en todo lo que se hizo para impedir el hallazgo de otros esqueletos en el lugar, la desaparición de huesos del propio esqueleto y toda la conspiración que se urdió para hacerlo desaparecer y que nunca más sea estudiado (algo que finalmente ocurrió), el Hombre de Kennewick era definitivamente un cazador caucásico blanco que habitó en América del Norte antes de la llegada de los nómadas mongoloides por el cacareado estrecho de Bering.

Han pasado casi 21 años desde el descubrimiento del Hombre de Kennewick. Habiendo fracasado los análisis de ADN, los indígenas, los militares y el gobierno norteamericano han conseguido su ambición de impedir que los genes del Hombre de Kennewick sean comparados con los de distintos grupos humanos modernos para determinar a cuál de ellos pertenecen, si es que pertenecen a alguno.

Los huesos de este primer antepasado conocido del hombre blanco americano fueron enterrados en un lugar oculto y no pueden ya ser estudiados para establecer su parentesco —o ausencia del mismo— con los diversos grupos étnicos norteamericanos modernos. Lo único que sabemos de él es que fue contemporáneo de los grandes mamíferos americanos extintos y que vivió, sufrió, peleó (la prueba es la punta de lanza clavada), y murió en una América que para nosotros, desde nuestro siglo XXI, se nos antoja maravillosa, salvaje y fantástica.

Por Alberto Seoane

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