El 19 de febrero de 1942, el presidente Franklin Roosevelt firmó la orden ejecutiva Nº 9066, autorizando al Departamento de Guerra para que creara áreas militares donde la permanencia de las personas civiles sería decidida por el Secretario de Guerra Henry Stimson. Las zonas serían en lugares desérticos de la costa del Pacífico, Washington, Oregón, Arizona y California; unos 120.000 japoneses o sus descendientes serían internados en campos de concentración. Stimson le aclaró al teniente general John L. De Witt, comandante general de la defensa del oeste de los Estados Unidos, que los descendientes de italianos no deberían ser molestados, y que solamente algunos inmigrantes alemanes debían recibir ser considerados.
Luego de la orden emanada por F. D. Roosevelt, el 19 de febrero, el FBI comenzó a detener a todos los líderes japoneses por ser "sospechosos". Ninguno estuvo jamás acusado por crimen alguno. Casi todos eran simples miembros de la comunidad japonesa: sacerdotes sintoístas o budistas, periodistas, profesores de idioma japonés o sindicalistas. Los líderes de la colonia japonesa fueron liquidados así en una rápida operación.
Los hombres fueron deportados sin avisar. La mayoría de las familias no sabían por qué habían desaparecido, adónde habían sido llevados o cuándo serían excarcelados. La mayoría de ellos fueron transportados secretamente a campos de internamiento por todo el país. Muchas familias supieron sólo más tarde lo que había ocurrido con sus familiares. La operación incluyó también la congelación de cuentas bancarias, la incautación de bienes, drásticas limitaciones en los viajes y los desplazamientos, toques de queda y otras medidas restrictivas. Sin embargo, esta operación del FBI apenas anunciaba la siguiente etapa, de la evacuación en masa.
Ciudadanos de origen japonés esperan con sus pertenencias que los trasladen a un campo de concentración en abril de 1942. |
Una apelación presentada por organismos de defensa de los derechos humanos intentó impugnar el derecho del gobierno a encerrar personas por razones étnicas, pero la Suprema Corte de los Estados Unidos rechazó la petición.
Mapa de los "Campos de reubicación" en los Estados Unidos. Clic para ampliarlo. |
Luego de la Orden Nº 9.066, un mes más tarde el Presidente Roosevelt firmó la Orden Nº 9.102 estableciendo la "Autoridad Militar de períodos de guerra" que operaba en los campos de internamiento. Roosevelt nombró a Milton Eisenhower, hermano del futuro presidente, para aplicar y dirigir esta ley excepcional.
Niñas hijas de japoneses saludan a la bandera norteamericana en abril de 1942. |
El 31 de marzo de 1942 la Zona 1 se declaró fuera de límites para cualquier persona de ascendencia japonesa. De inmediato se ordenó que aquellos japoneses o descendientes de japoneses residentes que se preparasen para partir, sin especificarse su destino final y limitándose su equipaje a un bolso de mano. Aunque 7 de cada 10 étnicos japoneses afectados por la medida habían nacido en los Estados Unidos, la orden no hacía distinción sobre nativos o extranjeros.
Mayo de 1942, la familia Mochida esperando ser llevada a un campo de concentración. |
La evacuación, establecida teóricamente contra sabotajes y espías, alcanzó e incluyó a bebés huérfanos, niños adoptados y aún a ancianos e impedidos. Los niños mestizos, si procedían de internados, también eran internados. El coronel Karl Bendetsen, que dirigía la operación, declaró: "Si tienen una sola gota de sangre japonesa irán a los campos de concentración. Esa es mi determinación".
El ensañamiento contra los japoneses fue tal que en pocos meses se abrieron otros campos en Colorado, Wyoming, Idaho, Utah, Arkansas y Texas.Hasta se creó un campo de concentración en Panamá en la Zona del Canal.Inicialmente se pensó en obligar a los japoneses étnicos a vivir en unas áreas seleccionadas en el interior del país, pero luego se decidió internar a los prisioneros en campos especialmente creados para este fin.
Los campos de “reubicación” (así fueron bautizados)
Los campos de concentración de Estados Unidos utilizaron el nombre oficial de "Relocation Camps" o Campos de Reubicación. Para los efectos prácticos, el uso fue el mismo que los campos rusos, alemanes o ingleses.
Manzanar, en California.
Tule Lake, en California.
Poston, en Arizona.
Gila River, en Arizona.
Granada, en Colorado.
Heart Mountain, en Wyoming.
Minidoka, en Idaho.
Topaz, en Utah.
Rohwer, en Arkansas.
Jerome, en Arkansas.
Crystal City, en Texas.
Campo de Reubicación de Manzanar, California, en julio de 1942. |
Muchos japoneses colocaron sus posesiones en depósitos, esperando reclamarlas después de la guerra, pero mientras tanto fueron saqueados y robados. Algunos las arrendaron, pero los ocupantes luego se rehusaron a pagar el alquiler. Algunos dueños de plantaciones descubrieron después de la guerra que sus trabajadores habían vendido los terrenos a terceros. Muchos que decidieron no vender sus propiedades, descubrieron después de la guerra que sus casas habían sido invadidas o que el Estado las había expropiado por no haber pagado impuestos.
Japoneses en uno de los campos de concentración de Estados Unidos. |
Al final de mayo de 1942, los evacuados fueron instalados en campos rodeados por alambrado de púas. Dichos campos fueron llamados "centros de reubicación", pero las condiciones de vida allí eran ligeramente mejores que las de los campos de concentración.
En los campos, a cada familia se le entregaron placas con un número grabado para cada miembro, que fueron utilizadas para identificarse. Un campo de internamiento fue el de Crystal city en Texas, donde se albergó entre otros a japoneses, japoneses-latinos y alemanes (en total fueron internados en distintos lugares 11.000 inmigrantes alemanes). En dicho campo los internados recibieron un trato agradable por parte de las autoridades estadounidenses. Por otro lado el campo de Tule Lake estuvo bajo un régimen más severo; se reservó para los descendientes de japoneses y sus familias que eran sospechosos de espionaje, traición o deslealtad, así como para líderes comunitarios, como sacerdotes o maestros. Otras familias fueron llevadas a Tule Lake al solicitar ser repatriadas a Japón.
Niños japoneses detenidos en un campo de concentración, probablemente en Manzanar, California. |
Obligan a países de América a capturar japoneses
Los 23.000 japoneses que vivían en la costa oeste del Canadá, de los cuales tres cuartas partes eran ciudadanos canadienses, fueron perseguidos también. No se les permitió volver a la Columbia británica hasta marzo de 1949, siete largos años después de la evacuación y tres y medio después del fin de la guerra.
En la foto, agricultores japoneses en Perú. |
De este modo, el Departamento de Estado obligó a los países de la América Latina para que acorralaran a "sus" japoneses.De estos “japoneses latinos”, unos 860 fueron enviados desde los campos de concentración hacia Japón, como parte de un intercambio de prisioneros. Al finalizar la guerra, 900 fueron deportados al Japón, 360 fueron objeto de órdenes condicionales de deportación, 300 permanecieron en los Estados Unidos, 200 regresaron a países de América Latina, y solo unos 79 recibieron autorización para regresar al Perú.
Japoneses procedentes de Sudamérica llegan a Panamá en 1942. |
A inicios de 1943, DeWitt ya no contaba con credibilidad en el Departamento de Guerra, y fue relevado del mando en el Comando Oeste. En su reporte final, DeWitt aseguró que la evacuación forzosa de los japoneses hacia campos había sido necesaria, ya que aseguró haber recibido cientos de reportes sobre apariciones de luces en la costa y transmisiones de radio de origen desconocido. Hoover se mofó de la División de Inteligencia Militar de DeWitt, ya que mostraba "histeria y falta de juicio".
El fotógrafo Ansel Adams fue perseguido por denunciar los campos de concentración para ciudadanos de origen japonés. |
Sin embargo, no fue hasta la primavera de 1944 que el Departamento de Guerra recomendó la disolución de los campos al Presidente Roosevelt. Sin embargo, debido a que ese año Roosevelt buscaba la reelección, la decisión fue aplazada.
De esta manera, en la primera reunión de gabinete después de la reelección de Roosevelt, se decidió soltar a todos los evacuados que habían demostrado ser leales. Pero esta decisión tardó un año en llevarse a cabo completamente. A la salida, a fines de 1945, los evacuados recibieron un boleto de tren y 25 dólares. El último japonés en ser liberado fue en diciembre de 1946.
El gobierno estadounidense prometió que ofrecería compensaciones a las víctimas a partir de 1951, pero se disculparía sólo en 1988, afirmando que la concentración de prisioneros se debió a "los prejuicios raciales, la histeria bélica y la deficiencia del liderazgo político". El Presidente Ronald Reagan firmó además un acta, donde ofrecía 20 mil dólares a las víctimas sobrevivientes.
Mayo de 1942, un grupo de japoneses llega al campo de concentración al que fueron destinados. |
Japoneses mueren por Estados Unidos
Al aumentar el número de bajas aliadas durante la guerra se decidió llevar a la guerra a todos los jóvenes japoneses recluidos en los campos de concentración. Pero en vez de enviarlos a luchar al Pacífico, se decidió que fueran destinados a la guerra en Europa. Se los envió a misiones prácticamente suicidas o casi irrealizables.
El 442º Regimiento de Infantería integrado por japoneses-estadounidenses fue la unidad militar más condecorada de toda la historia de los Estados Unidos. |
Cuando fueron a la guerra eran 1432 hombres bajo el mando del coronel Farrant L. Turner, todos sus oficiales eran descendientes de japoneses. Entraron en combate en Salerno, Italia, el 27 de setiembre de 1943, donde habían desembarcado un día antes. Luego participaron en las batallas del cruce de Volturno y Montecassino. El 26 de marzo de 1944 estuvieron en la cabeza de playa en la batalla de Anzio. Los nisei avanzaron hacia la capital italiana y combatieron entre Lanuvia y La Torretto, luego de fieros combates que duraron 36 horas quebraron la línea alemana y avanzaron triunfantes hacia Roma pero recibieron la orden del general Mark Wayne Clark de detenerse 11 kilómetros antes de ingresar a la ciudad porque el Alto Mando no quería que los italianos y el mundo vieran a japoneses como libertadores de Roma. Luego fueron enviados a Los Vosgos en Francia.
Veteranos del 442º regimiento en Washington, durante un homenaje. |
Se anuló el poderío económico de los inmigrantes japoneses
Antes del ataque de Pearl Harbor, los japoneses establecidos en los Estados Unidos eran muy apreciados. Desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial se extendió el mito que hoy no es tal sino una realidad, ya que los inmigrantes japoneses perdieron todos sus bienes en pocos días, de que fueron poderosos grupos antijaponeses de cierta colectividad minoritaria que todos ya conocen, los que planearon la evacuación forzada para anular su poderío económico. La realidad demostró que el poderío del ciudadano japonés residente en Estados Unidos, sus ahorros, terrenos, casas, fueron arrasados en pocos días por una orden presidencial.
Japoneses son registrados al llegar al campo de concentración de Heart Mountain, Wyoming. |
“La Comisión se ha abstenido por lo general de modificar los términos y frases empleados, intentando con ello reflejar adecuadamente la terminología de la época y evitar la confusión que podría provocar la introducción de terminología novedosa. Dejamos al lector mismo que decida hasta qué punto la retórica de la época confirma la sentencia de George Orwell de que en nuestra época, el idioma de la política consiste por lo general en la defensa de lo indefendible; para hacerlo, debe consistir sobre todo en eufemismos, peticiones de principio y pura y simple vaguedad.
La mayoría de los historiadores actuales utilizan la expresión campos de internamientopor considerarla relativamente neutral”.
Mujeres japonesas conversan en una barraca de un campo de "reubicación" en algún lugar de los Estados Unidos. |
Lo cierto es que eran muy parecidoa a los de los de los alemanes. William Denman, juez jefe de la Novena Corte de Apelación, describió así el Campo de Lago Tule:
Japoneses llegan al campo de concentración de Lago Tule donde vivían hacinadas en barracas 18.000 personas. |
El Ejército utilizó seis vehículos blindados y un batallón de policía militar (31 oficiales y 899 suboficiales y soldados) para la custodia de este Campo de Lago Tule, en California. Otros campos poseían cercas electrificadas, un sin sentido si tenemos en cuenta que todos estaban situados en desiertos y zonas desoladas. Cada campo contaba con potentes focos que por la noche iluminaban hacia los barracones.
Monumento conmemorativo a los ciudadanos muertos en el campo de reubicación de Manzanar. |
A menudo tres generaciones de una misma familia vivían en una habitación de 6 x 7 metros. Algunas veces eran dos o tres familias distintas las que se alojaban en la misma habitación. Una bombilla era el único mobiliario, excepción hecha de aquel que los internados pudieron construirse. En otros casos las familias fueron enviadas a establos recién "reconvertidos", donde el hedor se volvía insoportable en verano.
El campo de concentración de Crystal City, en Texas, uno de los principales destinos de los japoneses latinoamericanos. |
Uno de los aspectos más significativos de esta represión racista es el hecho de que no fue protagonizada por fascistas, nazis y militares de extrema derecha, sino que -- por el contrario -- fue propagada, justificada y administrada por hombres bien conocidos por su apoyo al liberalismo y la democracia.
La vida en los campos de concentración norteamericanos era tan dura que hubo japoneses desesperados que se suicidaron. |
La primera demanda pública pidiendo el internamiento de los japoneses parece que fue hecha a comienzos de enero de 1942 por John B. Hughes, importante locutor de la Mutual Broadcasting Company. Poco después, Henry McLemore, columnista de la red de periódicos Hearts, decía a sus lectores: "Estoy por el traslado inmediato de todo japonés de la costa oeste de los EE.UU. a algún lugar lejano, en el interior; y no quiero decir tampoco a un lugar bonito. Que los reúnan como a un rebaño y que los despachen a lo más hondo de las regiones yermas. Dejémosles que palidezcan, enfermen, tengan hambre y mueran. Personalmente, odio a los japoneses. Y esto va por todos, sin excepción". (Ten Broek, pág. 75).
El popular actor Leo Carrillo telegrafió al diputado de su circunscripción: "¿Por qué esperar a que los japoneses se sobrepongan antes de que actuemos?...Trasladémoslos inmediatamente de la costa hacia el interior... Le insto en nombre de la seguridad de todos los californianos para que la acción se inicie inmediatamente". (Ten Broek, pág. 77).
En febrero, una delegación de congresistas de la Costa Oeste escribió al Presidente pidiendo "una evacuación inmediata de todas las personas de ascendencia japonesa... ya sean extranjeras o ciudadanos de los Estados Unidos, de la costa del Pacífico."
En una emisión radiofónica para el sur de California, en conmemoración del aniversario de Lincoln, Fletcher Brown, a la sazón alcalde de Los Ángeles, denunció el "enfermizo sentimentalismo, de aquellos preocupados por las injusticias cometidas contra los japoneses residentes en los EE.UU... Afirmó que si Lincoln viviese "detendría a la gente nacida en suelo americano que guardase secreta lealtad al emperador del Japón.""No hay la menor duda -- asertó Brown ante su audiencia -- de que aquel Lincoln, de apacible aspecto, cuya memoria hoy recordamos y reverenciamos, hubiese detenido a todos los japoneses y los hubiese llevado donde no pudieran causar ningún daño".
Walter Lippmann -- probablemente el más famoso de los columnistas del país -- apoyó sin cortapisas la evacuación en masa en un artículo aparecido en febrero y titulado "La quinta columna de la costa". Westbrook Pegler, su oponente conservador, siguió sus pasos días más tarde.
Sólo una semana después del ataque a Pearl Harbor, el congresista por Misisipí, John Rankin, afirmaba en la Cámara de Representantes: “Propongo que se capture a todos los japoneses de América, Alaska y Hawái y se les interne en campos de concentración; y se les envíe cuanto antes hacia Asia. Esto es una guerra racial. La civilización del hombre blanco ha entrado en guerra con el barbarismo japonés. Uno de los dos habrá de ser destruido. ¡Condenémosles! ¡Deshagámonos de ellos ahora!" (Ten Broek, pág. 87). Otro miembro del Congreso propuso la esterilización de todos los japoneses. Todas estas manifestaciones estaban en consonancia con el sentimiento popular inmediatamente después de Pearl Harbor los japoneses fueron excluidos de varios sindicatos.Entre el 8 de diciembre y el 31 de marzo la ira antijaponesa produjo 36 agresiones, además de 7 muertes. Una encuesta realizada en enero de 1942 arrojaba cifras de un 93% de encuestados favorables a la evacuación de japoneses con pasaporte extranjero, mientras que un 59% quería que se expulsara también a los que tenían pasaporte norteamericano y sólo un 25% desaprobaban expresamente esta medida.
Se dio muchísima importancia al hecho de que los inmigrantes nacidos en el Japón, pero residentes en los Estados Unidos desde hacía décadas (todos issei) no se hubieran nacionalizado, como supuesta prueba de su lealtad al emperador. Pero no se mencionó una antigua ley, no derogada hasta 1952, que les privaba de obtener la ciudadanía norteamericana.
Los japoneses fueron deportados en un momento en que la nación apoyaría cualquier tipo de medida tomada por el gobierno federal en nombre de la victoria. El hecho de que los japoneses fueron enviados a campos de concentración, y no por grupos de recalcitrantes racistas para hundir el poderío económico de los nipones, sino por un gobierno poderoso y populista, dirigido por demócratas y liberales es bien revelador. En la cúspide de la lista de los responsables -- no sólo de autorizar, sino también de llevarlo a término -- estaba el presidente F. D. Roosevelt.
Antes de promulgar la Orden N· 9.066, el fiscal general de los EE.UU. advirtió a Roosevelt que la seguridad del Estado no justificaba la evacuación de los japoneses. La Oficina del Fiscal General también manifestó que la evacuación supondría una violación de la Constitución.
Ilustración norteamericana de 1942 sobre los japoneses. |
El responsable de organizar la evacuación, el teniente general De Witt, declaró: "En esta guerra en que nos encontramos, una simple migración no rompe las afinidades raciales. La raza japonesa es una raza enemiga y aunque hayan nacido dos o tres generaciones en los EE.UU., posean la nacionalidad y se hayan ''americanizado'' sus lazos raciales permanecen insolubles... De esto se sigue que a lo largo de la costa oeste hay 112.000 enemigos potenciales de origen japonés". (Ten Broek, págs. 4, 110 y 337) Henry L. Stimson, ministro de la guerra, fue más lejos: "Sus características raciales son tales que no podemos comprenderlos ni fiarnos de ellos".
Otra persona bien conocida por sus amplias miras liberales que ayudó a la organización de la evacuación y al internamiento fue el Subsecretario de la Guerra,John J. McCloy, que durante cuatro años sirvió de enlace entre el Ministerio de la Guerra y la WRA (Autoridad Militar especial en tiempo de guerra), la agencia que gobernaba los campos de concentración. Después de la guerra, McCloy fue nombrado alto comisionado en Alemania y como máximo cargo aliado de la ocupación, McCloy trabajó arduamente para imponer la democracia al vencido pueblo germano.
El jefe del gabinete civil del Mando Oeste de Defensa y enlace con el Departamento de Justicia, fue Tom Clark, que más tarde sería también partícipe de los "juicios" de Núremberg. En 1966 Clark declaraba: "Sin duda he cometido errores en mi vida, pero hay dos que públicamente reconozco y deploro: uno es mi intervención en la evacuación de los japoneses de California; la otra es el juicio de Núremberg."
Abe Fortas fue otro liberal de la Corte Suprema de Justicia que tomó parte activa en la campaña contra los japoneses. Quizá fue Earl Warren el más sorprendente abogado de esta causa. Considerando su larga carrera de liberal vocinglero es paradójico cuando menos que él, más que ninguna otra persona, liderara el sentimiento popular antijaponés, que hiciera más que nadie para que los japoneses fueran deportados y encarcelados. Como fiscal general de California Warren azuzó el racismo, en manifiesto esfuerzo por promover su carrera política. Era, además, miembro de la xenófoba organización "Hijos del país del dorado Oeste" dedicada a conservar California "como ha sido siempre y Dios entiende que debe ser: el paraíso del hombre blanco". Los miembros de esta organización pretendían "Salvar California de la invasión amarilla y de sus compañeros renegados blancos".
En febrero de 1942 Warren testificó ante un Comité especial del Congreso sobre la Cuestión Japonesa. El se presentaba a Gobernador del Estado y resultó elegido. Warren testificó, falsamente, que "los japoneses se habían infiltrado en cada punto estratégico de la costa y de los valles." A continuación Warren afirmaba, en asombrosa elucubración, que el hecho de que ningún japonés hubiera cometido hasta entonces un hecho de deslealtad era una prueba de que en el futuro los cometerían. Más tarde, cuando el Gobierno comenzó a liberar japoneses cuya lealtad estaba fuera de toda duda, el Gobernador Warren protestó para que cada japonés liberado fuera apartado de California como potencial saboteador. Sorprendentemente años más tarde, este hombre que se había aupado gracias a la xenofobia antijaponesa, realizó desde su cargo de jefe de justicia de la Corte Suprema una política abiertamente favorable a los negros.
Después de la evacuación muy pocos quisieron a los japoneses nuevamente en California. Un periodista, Robinson, amenazó con degollar a cualquier deportado que osara volver. La congresista por California, Clair Engle, declaró: "No queremos a esos japoneses de vuelta y cuanto antes nos deshagamos de ellos mejor". Un sondeo realizado por un periódico de Los Ángeles a finales de 1943 mostraba que los californianos, en una proporción de 10 a 1, votarían por impedir que los ciudadanos de origen japonés se reintegraran en sus vidas normales. En los seis meses siguientes al fin del programa de evacuación se produjeron más de treinta agresiones contra la vuelta de los internados. En Fresno y en otros lugares cercanos, las casas de las familias recién regresadas fueron atacadas. Las organizaciones antijaponesas se multiplicaron en California y en la costa Noroeste.
Apenas existió oposición al Programa de Evacuación. Una curiosa excepción: Edgar Hoover, jefe del FBI, protestó enérgicamente contra el Programa. Este hombre, tan denostado por los liberales norteamericanos como la personificación del fascismo y la reacción en los EE.UU., creía que la histeria de la evacuación estaba "basada más en la presión de los políticos que en hechos reales." Afirmó que el FBI era perfectamente capaz de controlar a los pocos sujetos sospechosos (Weglyn, pág. 284).
Por su parte el predecesor de Warren, el Gobernador liberal de California Culbert L. Olson, tenía un motivo muy especial para oponerse a la evacuación. Propuso que, en vez de internar a los japoneses adultos en campos de concentración, se les llevara a las áreas rurales donde se localizaban las principales cosechas. Si los japoneses no se ocupaban de esas duras tareas -- temía Culbert -- "la avalancha de chicanos y negros será inevitable". (Weglyn, pág. 94).
Seguramente la única personalidad honesta en esta historia fue Norman Thomas, el líder de los socialistas norteamericanos, cuya actitud fue, cuando menos, nada hipócrita y considerada desde la perspectiva actual, casi heroica. Thomas había sido el portavoz y el líder verdadero del movimiento para mantener a los EE.UU. fuera de la conflagración mundial y fue la única personalidad en oponerse vehementemente al Programa de Evacuación. Thomas denunció la política de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU), de la que, sin embargo, había sido co-fundador, cuando la ACLU manifestó que la Evacuación caía dentro de las atribuciones del Presidente, "lo que es -- replicó Thomas -- quizá tan ominoso como la Evacuación misma... y es comúnmente aceptado por esos que tan orgullosamente se autocalifican de liberales".
Este raro y honesto liberal (en el sentido norteamericano del término, N. del T.) se consternaba ante la general tolerancia del Programa y así lo escribió: "Con mi experiencia de casi treinta años nunca encontré más difícil el hacer despertar al pueblo norteamericano en un asunto tan importante. Los hombres y mujeres que no conocen los hechos (a excepción de la versión de color de rosa de la prensa) niegan vehemente que haya campos de concentración; aparentemente es un término sólo utilizable cuando los guardianes hablan alemán". (Weglyn, págs. 111-112).
La Corte Suprema falló sobre tres casos relacionados con el programa de Evacuación. En el Caso Hirabayashi (1943) la Corte falló unánimemente a favor de une condena contra un grupo de personas, diferenciadas únicamente por su origen racial. En el Caso Korematsu (1944) se juzgaba a un Nissei (ciudadano de origen nipón) que se negó a aceptar la evacuación. El juez Hugo Black, hablando por el jurado, decidió que el Programa era válido. Ignorando las garantías constitucionales y la igualdad ante la ley, el tribunal decidió que un grupo de ciudadanos pueden ser discriminados y arrancados de sus hogares, internados en campos de concentración durante varios años, sin prueba alguna, únicamente por su origen.
Sólo a fines de 1944, en el Caso Endo, la Corte falló unánimemente que el Gobierno no tenía derecho a detener ciudadanos norteamericanos indefinidamente. Esta decisión acabó con el Programa de Evacuación. A los dos días de concluir el proceso, el Gobierno anunció que, exceptuando a los sospechosos, los japoneses encarcelados eran libres para volver a sus hogares.
Se han hecho a menudo comparaciones entre los campos de concentración alemanes y los norteamericanos. Aunque los de Topaz, Poston y Rio Gila no fueron nunca tan conocidos como los europeos. El hambre y las epidemias no llegaron nunca a los campos norteamericanos; a los alemanes sí. En los EE.UU. la vida social y económica permaneció prácticamente intacta durante la Segunda Guerra Mundial. Las ciudades no fueron destruidas por los bombardeos. Nunca hordas de invasores amenazaron sus fronteras. El Gobierno americano pudo, pues, dirigir sus campos de concentración como en tiempos de paz.
El historiador norteamericano Mark Edward Weber explica que la situación alemana era totalmente distinta. En los últimos meses de la guerra Alemania sostenía una lucha desesperada por su existencia y el sistema socio-económico se colapsó totalmente debido a las derrotas militares. Las horrendas escenas fotografiadas por los aliados en los campos de concentración alemanes y que fueron distribuidas como propaganda por todo el mundo mostraban, en realidad, los resultados del hambre y las epidemias que campaban a sus anchas por Europa como consecuencia de la guerra.
En los juicios de Núremberg los abogados defensores alemanes comparaban la evacuación de los judíos de Europa con la deportación de los japoneses de la costa oeste norteamericana. En ambos casos las deportaciones estaban justificadas -- según las autoridades de cada país -- por "necesidades militares". Los abogados defensores citaron los fallos del Tribunal Supremo norteamericano en los Casos Hirabayashi y Korematsu. En el fallo del primero se hacía constar que la decisión estaba basada "en el reconocimiento de hechos y circunstancias que indican que un grupo de una extracción determinada puede amenazar la seguridad nacional más que otros".
Dice Weber que los alemanes tuvieron, si se piensa, razones mucho mayores para internar a los judíos europeos. Los japoneses fueron deportados bajo la sospecha de lo que podían llegar a hacer: ni un solo japonés fue realmente acusado de un caso probado de sabotaje o espionaje. Pero miles de judíos de toda Europa formaban parte, como reconocen todos los historiadores y proclaman con orgullo los judíos, de los movimientos de resistencia.Y habían cometido incontables delitos tipificados, como asesinato, incendio, robo y destrucción, antes de que los alemanes iniciaran la evacuación.
Además, los alemanes tenían mayor justificación legal para su política. La gran mayoría de los internados japoneses eran ciudadanos norteamericanos, con derecho a ser protegidos por la ley en un plano de igualdad; mientras que los judíos de Alemania y la Europa ocupada no eran, en su inmensa mayoría, ciudadanos alemanes. La mayoría de los judíos evacuados hacia el Este procedían de territorios ocupados o de países aliados de Alemania.
En la postguerra los "mass media" han insistido, durante años y con ahínco, en la "culpa" del pueblo alemán por no haber -- en general -- hecho nada cuando los judíos eran evacuados hacia el Este. ¿Cómo comparar esto con el entusiasmo sin límites y sin precedentes del pueblo norteamericano a favor de la deportación de los nipones?
Desde el fin de la guerra mundial los alemanes han pagado más de 10 billones de dólares en indemnizaciones a organizaciones judías, al Estado de Israel y a muchos judíos individualmente, en todo el mundo, a causa de "haber sufrido física o psíquicamente, o haber sido privados injustamente de su libertad". Sin embargo, ningún internado de los campos de concentración norteamericanos ha recibido hasta ahora ni un solo dólar por todas las humillaciones, privaciones e ingresos económicos perdidos en los años de cautiverio. Apenas recibieron 40 millones de dólares que eran bienes propios que les fueron reintegrados a algunos sobrevivientes japoneses presentando los comprobantes.
Los alemanes fueron acusados en Núremberg de "crímenes contra la humanidad", entre otros motivos, por perseguir a personas por su origen racial. ¿Qué responsabilidad tuvieron los países, incluidos los EE.UU., que constituyeron el Tribunal Militar Internacional y mantuvieron en sus territorios el mismo principio? ¿Por qué ningún norteamericano fue llamado a declarar por los mismos crímenes por los cuales los alemanes fueron juzgados y ahorcados en Núremberg?
'¡Ay de los vencidos!'dijo Julio Cesar. Pretender juzgar a unos vencidos por lo que digan los vencedores es siempre una estupidez. Por ello, hay que ser muy prudentes en aceptar las 'verdades oficiales' de los vencedores de una guerra. Sean quienes sean.