El mundo recordó hoy con una ceremonia en Hiroshima el 70 aniversario del primer bombardeo atómico de la historia conocida, un crimen de guerra que quedó impune al igual que el de Nagasaki.Actualmente existen15.695 bombas nucleares en el mundo, no hemos aprendido nada.
El Enola Gay, el bombardero B-29 que lanzó la bomba de uranio en Hiroshima. |
El presidente norteamericano Harry Trumanautorizó el lanzamiento de una bomba atómica sobre la localidad japonesa de Hiroshima, un 6 de agosto de hace ya 70 años; la bomba detonó con una intensidad de unos 16 kilotones a unos 600 metros de altura muy cerca de donde se levanta el parque donde tuvo lugar la ceremonia, y acabó de forma inmediata con la vida de unas 80.000 personas. Una semana después el total de muertos fue de 140.000 seres humanos, llegando a 200.000 a fines de 1945. Pero Truman no estaba satisfecho con el genocidio y autorizó otra explosión nuclear, esta vez de plutonio, de 21 kilotones, que estalló tres días después, el 9 de agosto en Nagasaki, a las 11.02 de la mañana. Otro B-29, Bockscar, lanzaba otra bomba, esta vez de plutonio, contra Nagasaki bautizada Fat Man, de una onda explosiva mucho mayor -equivalente a 22.000 toneladas de trilita, frente a las 15.000 de Little Boy- cayó sobre un barrio periférico. Cerca de 75.000 personas murieron en el acto.
Previamente, los bombardeos convencionales contra ciudades japonesas ya habían matado a más de 500.000 personas, solamente en la ciudad de Tokio produjeron 200.000 muertos, quemados vivos mayoritariamente en una sola ciudad.
El homenaje de 2015
Una multitud de 5.000 personas guardó silencio en el Parque Monumento de la Paz de esa ciudad de 1,2 millones de habitantes del oeste del archipiélago convertida en símbolo del pacifismo.
Dos familiares de las víctimas tocaron la campana de la paz para dar comienzo al homenaje de este año. |
Una joven y un estudiante hicieron sonar una gran campana con una larga viga de madera suspendida, inmutable gesto realizado a las 8.15, marcando el momento preciso en que estalló la bomba. Los participantes, entre los que se encontraban representantes de un centenar de países, y dignatarios como el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, guardaron un minuto de silencio, solo roto por el silencio de las cigarras. La bomba lanzada por un bombardero estadounidense B-29 bautizado Enola Gay, pesaba 50 kilos de uranio y estalló generando 30.000 grados centígrados. Una zona de dos kilómetros de radio se convirtió en mera tierra quemada sembrando el fuego y la muerte en esa gran ciudad japonesa.
Suelta de palomas con motivo del 70 aniversario del ataque atómico a Hiroshima. |
Dotada de una fuerza destructora equivalente a 16 kilotoneladas de TNT, la bomba estalló a 500 o 600 metros del suelo, que ardió a 4.000 grados, y lo destruyó todo a su alrededor, en el momento de la explosión y posteriormente por efecto de la irradiación.
"Para coexistir, debemos abolir el mal absoluto y el colmo de la inhumanidad que representan las armas nucleares.Ahora es tiempo de actuar", declaró después del minuto de silencio el alcalde de Hiroshima, Kazumi Matsui, en un discurso, antes de dejar la palabra a unos niños.
Unos 5.000 japoneses se reunieron en el Parque conmemorativo de la Paz para recordar a las víctimas de Hiroshima. |
El primer ministro nipón, Shinzo Abe, estaba presente, junto con representantes de cien países, el mayor número de delegaciones hasta ahora en la historia de las ceremonias de Hiroshima. Entre ellos, la embajadora de Estados Unidos en Japón, Caroline Kennedy, y la subsecretaria estadounidense encargada del control de armamentos, Rose Gottemoeller, la responsable de mayor grado enviada hasta ahora por Washington a las conmemoraciones anuales.
Un monje budista frente al monumento que recuerda a las víctimas de Hiroshima. |
"En tanto que único país golpeado por el arma atómica (...) tenemos la misión de crear un mundo sin arma nuclear", declaró Abe a la multitud. El primer ministro precisó que su país presentará este año en la Asamblea General de la ONU una nueva resolución destinada a abolir las armas nucleares.
Antes de la detonación de Hiroshima, Estados Unidos venía haciendo uso de bombas incendiarias destruyendo 64 ciudades japonesas, con pérdidas inmensas de vidas humanas que ascienden a más de 500 mil personas.Japón ya estaba buscando desesperadamente un camino hacia la rendición y Estados Unidos rechazaba una salida negociada porque quería prolongar la guerra para tener lista la bomba atómica y probarla con ellos.
Los tripulantes del Enola Gay, el bombardero B-29 que lanzó la bomba atómica el 6 de agosto de 1945. |
"Los japoneses estaban listos para rendirse y no hacía falta golpearlos con esa cosa horrible", diría por ejemplo, años después, Dwigth Eisenhower, en aquel entonces máximo comandante de las fuerzas aliadas en Europa y eventual sucesor de Truman en la Casa Blanca.
Según el comandante del Enola Gay, Paul Thibbets, el avión que dejó caer la bomba sobre Hiroshima, las primeras palabras de su copiloto no fueron "¡Dios mío, qué hemos hecho!", como quiere la leyenda inventada, sino "¡Dios mío, miren a esa hija de p...!"
El razonamiento de que el lanzamiento de la bomba atómica fue justificado porque evitó un mayor número de muertes es una falacia. No se puede justificar una matanza para evitar posibles muertes futuras que nunca sabremos si hubieran ocurrido o no.
Los “Hibakusha” o sobrevivientes de la bomba atómica
Muchos de los supervivientes han sufrido diferentes efectos: cáncer, leucemia o el nacimiento de niños con malformaciones o problemas mentales son solo algunos de ellos. Tienen una media de 80 años y apenas son más de 60.000, pero tienen una voluntad de hierro para recordar al mundo que su experiencia no debe caer en el olvido. Son los hibakusha -literalmente, "hombre afectado por bomba"-, que se dedican a explicar a las jóvenes generaciones lo que pasó en Hiroshima el 6 de agosto de 1945 a las 8.15 de la mañana para que no caiga en el olvido. Un suceso cuyo 70 aniversario se conmemora hoy.
Hiroshima, lo único que quedó en pie luego de la explosión atómica. |
Aquel lunes, 6 de agosto de 1945, amaneció en Hiroshima soleado y sin una nube en el cielo. Era un día caluroso. El cielo estaba despejado. Los obreros salían de los tranvías para ir a trabajar y los escolares hacían gimnasia en el patio de las escuelas. Animados por tan radiante día, sus habitantes se congratulaban por su buena suerte. A pesar de las penurias de la guerra, la ciudad seguía librándose de los bombardeos americanos que arrasaban el país. No podían imaginarse que esos dos factores —sus edificios intactos y el cielo despejado— iban a sellar su destino como el objetivo donde lanzar por primera vez el arma más destructiva concebida por el hombre: la bomba atómica. En un minuto todo cambió. El superbombardero estadounidense B-29 Enola Gay lanzó Little Boy, la primera bomba atómica de la historia, y 12 kilómetros cuadrados de aquella ciudad en la que había en aquel momento unas 350.000 personas quedaron arrasados. En un instante 80.000 personas perdieron la vida y decenas de miles murieron poco después a causa de las heridas. Unas 140.000 habían muertos al cabo de un año, según datos oficiales. Con el paso de los años siguieron muriendo por los efectos de la radiación.
Un niño observa un triciclo y un casco expuestos expuestos en el Museo de la Paz de Hiroshima. |
Hiroshi Harada, de 75 años, recuerda cómo su pierna tropezó y se hundió, literalmente, en uno de los cuerpos que yacían en el suelo cuando huía de los incendios que había provocado la bomba. "Mi pierna se deslizó profundamente en uno de aquellos cuerpos. Fue muy difícil sacarla", explicó este ex responsable del Museo de la Bomba Atómica de Hiroshima al diario Japan Times.
No fue la única experiencia que vivió aquel día Harada, que tenía seis años. Una mujer lo agarró por la pierna y le pidió agua. Asustado, dio un paso atrás y se dio cuenta, con horror, que un trozo de la mano de aquella señora se le había quedado pegado. Corrió hasta que no pudo más.
Un grupo de personas reza ante el Monumento a la memoria en Hiroshima. |
"El número de supervivientes se reduce y sus voces se oyen cada vez menos", señala este hibakusha, que subraya que "Hiroshima necesita mantener su mensaje al mundo para que no se olvide y este tipo de cosas no vuelvan a ocurrir nunca más". Su inquietud es compartida por Shuntaro Hida, de 98 años, que era cirujano del ejército. En su memoria lleva grabada la imagen de la primera persona que vio tras la explosión. Pensaba que lo que le colgaban eran harapos; cuando se acercó se dio cuenta de que eran trozos de piel que se le caían a pedazos.
La cúpula o Domo que sobrevivió a la bomba, en el Parque Conmemorativo de la Paz en Hiroshima. |
Con sus explicaciones sobre lo que pasó y la vida que han llevado, Hiroshi Harada o de Shuntaro Hida contribuyen a que la sociedad no olvide lo que sucedió aquel del 6 de agosto en Hiroshima y tres días después en Nagasaki, donde murieron 75.000 personas instantáneamente.
Toyoko Tasaki, de 46 años explicó que su madre, en el lecho de muerte, le explicó que estaba envuelta en un pleito con el Estado para obtener una certificación oficial acerca de que su enfermedad -cáncer de hígado- había sido causada por haber estado expuesta a la radiación a una distancia de menos de un kilómetro de donde estalló. Toyoko Tasaki es una hibakusha de segunda generación, o sea hija de afectados por la bomba. Los hay también de tercera generación.
Reloj de bolsillo parado a las 8.15 de la mañana, perteneció a Kengo Nikawa de 59 años. |
“No sé por qué sobreviví y viví tanto tiempo. Cuanto más lo pienso, más doloroso es este recuerdo". Con esas palabras llenas de dolor e impotencia, Sunao Tsuboi, un sobreviviente nonagenario de Hiroshima y presidente de la Asociación de Supervivientes de Hiroshima, cuenta el calvario de su vida tras la bomba atómica que hace 70 años sembró muerte en la ciudad japonesa.
Entonces estudiante, se encontraba a 1,2 kilómetros del lugar del impacto. Cuando se incorporó, la camisa, el pantalón y su piel colgaban, de las llagas salían venas, faltaba una parte de las orejas. Vio entonces a una adolescente con el globo ocular derecho que le colgaba en el rostro y, no lejos de allí, una mujer intentaba impedir que se le cayeran los intestinos.
Foto aérea del hongo atómico sobre Hiroshima. |
Tres días después de Hiroshima, el Ejército estadounidense lanzó una bomba de plutonio en la ciudad portuaria de Nagasaki y dejó unos 75.000 muertos. Estas dos bombas dieron un golpe fatal al Japón imperial, que se rindió el 15 de agosto de 1945, poniendo punto final así a la Segunda Guerra Mundial.
“Estaba desayunando, a las ocho y cuarto de la mañana, cuando oí un avión y salí de casa para verlo”, nos cuenta Fujio Torikoshi, quien tenía 14 años y vivía con su madre y nueve hermanos en Yamate-machi, una colina desde donde se divisaba todo Hiroshima. «Cuando iba a entrar en la casa porque no podía ver el avión, que volaba muy alto, me fijé en algo negro en el aire y estalló en una explosión de luz tan brillante como el sol. Despidiendo rayos amarillos, el cielo se volvió naranja y pensé lo hermoso que era», recuerda un momento detenido en el tiempo. «Pero enseguida sentí una bofetada de calor, como si me cayera agua hirviendo, que me quemó la cara y las manos, y un viento muy fuerte que venía hacia mí y me despidió diez metros», describe la onda expansiva del artefacto, que le hizo perder el conocimiento.
A dos kilómetros del hipocentro donde estalló la bomba, Fujio Torikoshi sufrió tan graves quemaduras que estuvo a punto de morir. «Aunque estaba delirando, me acuerdo de la "lluvia negra" que caía sobre el polvo de los escombros y de los quejidos de los heridos, todos chamuscados», rememora impresionado. Sin medicinas para tratarlo en Hiroshima, donde habían perecido la mayoría de médicos y enfermeras, un camión militar lleno de heridos lo llevó en un trayecto plagado de baches a un hospital a 20 kilómetros, donde lo untaron de harina de trigo y vinagre y le vendaron como una momia. De vuelta a su casa, medio derruida por la explosión, agonizó durante dos días. Fujio incluso recuerda ese oscuro túnel con una luz al fondo del que hablan quienes han estado en el umbral de la muerte. “Escuché una canción lejana, que era la voz de mi madre, y ese fue el punto de regreso porque me salvé”, asegura antes de tocar aquella canción con una armónica. El instrumento es como el que su madre le regaló mientras estuvo hospitalizado tres meses, en los que vomitaba sangre y se le infectaban las vendas por el calor y la falta de medios.
“Como no podía comer, mi madre hizo una pajita con el tallo de una planta de trigo, con la que me daba los alimentos que ella masticaba para que los tragara”, rememora antes de afirmar que «sobreviví de milagro». Por eso, como le ordenó su madre, “tenía que cuidar de esta segunda vida que había recibido y hacer algo bueno”.
Fujio Tokiroshi, que tiene 84 años, fue maestro de escuela y se casó ocultándole a su mujer que era un “hibakusha”, como se denomina en japonés a los supervivientes de la bomba atómica, por el estigma que arrastraban. Después de que su primera hija, nacida de cesárea, muriera a los quince minutos del parto, decidió no traer más descendencia por miedo a que tuvieran problemas de salud derivados de la radiación que él sufrió. “Aunque padezco síntomas de leucemia, no guardo odio a los americanos por la bomba porque Japón también cometió atrocidades y tengo que seguir recordando mi historia para luchar por la paz”, concluye con una sonrisa.
Minoru Yoshikane también vio el destello de reojo. A sus 18 años, estaba terminando secundaria y aspiraba a convertirse en profesor de inglés, entusiasta de la literatura y las canciones en esa lengua. Había sido reclutado, como el resto de los estudiantes de secundaria, para trabajar en el esfuerzo de guerra, y se encontraba en una fábrica esperando órdenes. Al estallar la bomba, él y sus compañeros se refugiaron en el sótano.“Un par de horas más tarde, uno de nuestros profesores nos dijo que nuestra escuela corría peligro y teníamos que ir a echar una mano, así que nos dirigimos al centro”.
Nunca olvidará lo que vio. No quedaban casas en pie. El 90% de los edificios de Hiroshima quedaron destruidos por la explosión o los incendios que le siguieron.“Vi lo que parecía un ejército de fantasmas venir hacia mí. Decenas de heridos, quemados, con las caras destrozadas, no parecían humanas. La piel se les caía a jirones. También había muertos, muchos muertos. Me asusté muchísimo”.
Hiroshi Hara sobreviviente de Hiroshima. |
Hiroshi Hara que tenía 13 años, estaba en una isla cercana buscando comida para su tío enfermo cuando ocurrió la explosión. Al día siguiente intentó llegar a su escuela, en el centro de Hiroshima. “El río estaba lleno de cuerpos. Muchos heridos, quemados, con las orejas derretidas. Imploraban agua, algo de beber. Al ver que yo era estudiante, me preguntaban a qué escuela iba, si conocía a su hijo o a su hija. En el momento de la explosión, muchos niños, agrupados por edades y escuelas, estaban en el centro trabajando en fábricas o construyendo cortafuegos… Miles y miles de ellos murieron”.
Takashi, como muchos otros residentes, vio cómo perdía el pelo por el efecto de la radiación. Sangraba por las encías y le salieron puntos negros en la piel. Tuvo que guardar cama hasta diciembre.Según cuenta, ver a la gente vomitar sangre se convirtió en algo normal en aquellos meses. Su hermano acabó muriendo años después de un cáncer que cree causado por la bomba. "Mucha gente continúa sufriendo aún hoy".
Para los “hibakusha”, como se conoce en Japón a los supervivientes de la bomba atómica, “ha sido un camino difícil” desde entonces, apunta Yasuyoshi Komizo, de la Fundación para la Cultura de la Paz de Hiroshima. Han tenido que vivir la censura inicial de Estados Unidos sobre los bombardeos, y la discriminación de sus propios compatriotas que temían los posibles efectos de la radiación. Algunos ocultaron que habían estado allí. “Como cualquier ser humano, al principio lo que sentían era odio y ganas de venganza. No cambiaron de opinión de una manera fácil. Pero con el tiempo han concluido que continuar el odio carece de sentido, que la paz es algo que corresponde a cada ser humano, y quieren dar testimonio, para que nunca más vuelva a repetirse otro ataque nuclear”.
Entrevistar a los “hibakusha” es una de las experiencias más emocionantes para un periodista. No solo por haber vivido tan dolorosa historia, sino por la humanidad que irradian. Como Tamiko Shiraishi, una mujer de 76 años que tenía seis cuando la bomba atómica sumió a Hiroshima en el infierno. Nacida en el puerto de Ujina, perdió un mes antes a su padre, que trabajaba para la Armada y falleció de tuberculosis, y casi pereció bajo la bomba.
“Estaba en clase y vi una luz azul pálida en el cielo. Cuando me preguntaba qué era, escuché una explosión tremenda y los cristales de las ventanas llovieron sobre mí”, recuerda Tamiko. Descalza, con los pies ensangrentados, huyó a su casa sin darse cuenta de que tenía cristales de hasta tres centímetros clavados en la cabeza, que le quitaron en un dispensario.
Aunque sus heridas físicas no fueron graves, jamás olvidará las psicológicas: sus recuerdos. Como la legión de zombis que, quemados de los pies a la cabeza, con la ropa hecha jirones y la piel cayéndoseles a tiras, deambulaban entre las humeantes ruinas.«En una clínica, una persona, tan abrasada que no sabía si era hombre o mujer, me pidió agua. Corriendo, salí a una tubería rota en la calle y, haciendo un cuenco con mis manos, le llevé un poco. Aunque se me derramó casi toda, chupó las gotas que caían de mis dedos y me dio las gracias. Luego no volvió a moverse», relata con voz entrecortada. «Al instante, dos enfermeras me echaron y una mujer me dijo que esa persona había fallecido porque yo le había dado agua», desgrana su primera visión de la muerte, pero no la última.
«En las calles se amontonaban tantos cadáveres que debíamos saltarlos. Algunos se habían quedado carbonizados mirando al cielo y con los brazos extendidos para protegerse de la bomba», observa Tamiko, quien, «en medio de un hedor insoportable porque todo se había quemado», recorrió la ciudad junto a su madre en busca de su abuela. «Mi madre hurgaba entre los muertos porque sus caras eran irreconocibles», recuerda la mujer, que finalmente encontró a su abuela en una casa de socorro. Gravemente herida, los médicos se la devolvieron a su madre para que muriera en su casa. «Su espalda estaba tan infectada que tenía que quitarle los gusanos con unos palillos», cuenta compungida.
Para superar aquel trauma, que le provocaba horribles pesadillas, tuvo que cambiarse a otro colegio, donde no la miraran mal por ser una «hibakusha», y refugiarse en el corral de su casa con un gallo, Kota, que durante años fue su único amigo. Hasta que, ocultándole también su pasado a su marido, se casó con 21 años y tuvo dos hijos, uno de los cuales ha sufrido bastantes problemas de salud.
“La guerra cambia nuestro destino y se pierden vidas preciosas”, se lamenta Tamiko, quien advierte a los políticos de que «piensen bien lo que hacen porque han pasado 70 años y es un momento importante para evitar que se repita el pasado».
Siete décadas más tarde, el uso del arma atómica al final de la Segunda Guerra Mundial sigue dando pie a una división de opiniones. Un 56% de los estadounidenses manipulados con la historia oficial engañosa de los medios masivos consideran que los ataques nucleares de Hiroshima y Nagasaki estaban justificados, según un sondeo realizado en febrero por el instituto Pew Research Center en febrero, pero para un 79% de los japoneses estaban injustificados.
Las verdades de Hiroshima
La “Historia oficial” de Hiroshima oculta algunos hechos. Por ejemplo, en torno a la quinta parte de los muertos no fueron japoneses, sino prisioneros coreanos importados por el Imperio del Sol naciente para trabajar en las industrias de defensa de la ciudad.
Igualmente, el de Hiroshima no fue el bombardeo con más muertos de la Segunda Guerra Mundial. Esa posición corresponde a Tokio, donde alrededor de 100.000 personas fallecieron en el bombardeo del 9 de marzo de 1945. En Hamburgo, hubo más de 50.000 muertos en una semana de bombardeos en julio de 1943. El deseo de Winston Churchill de castigar a Alemania le llevó a convencer a Estados Unidos de que lanzara un bombardeo conjunto con la Fuerza Aérea británica en la noche del 13 de febrero de 1945, en el que murieron cerca de 35.000 civiles en la ciudad de Dresde.Para el escritor inglés David Irving, fueron cerca de 100.000 las víctimas en esa ciudad, que no tenía armamentos y era una ciudad hospital, llena también de prisioneros aliados.
La cantidad de bombardeos lanzados sobre poblaciones civiles en la Segunda Guerra Mundial es lo que explica, precisamente, que a Hiroshima le tocara la bomba atómica: la ciudad apenas había sido atacada, y Estados Unidos no sabía el alcance de una deflagración nuclear, porque solo había llevado a cabo una antes, en Alamogordo (Nuevo México), el 17 de julio. Los habitantes de Hiroshima fueron, literalmente, conejillos de indias de la era atómica.
Oh, casualidad, el genocida Truman ordenó atomizar Hiroshima y Nagasaki, las dos ciudades en las que estaban concentrados los dos principales santuarios católicos y protestantes de Japón. Las dos comunidades principales de japoneses cristianos estaban en esas ciudades. De paso, borraba la presencia del cristianismo en Japón. Este dato fue ocultado durante muchos años, al igual que allí había allí 3.200 ciudadanos norteamericanos nacidos en Estados Unidos.
Paul Thibbets, piloto del bombardero estadounidense B-29 bautizado Enola Gayque arrojó la bomba de uranio, nunca se arrepintió de lo que hizo y dijo en una entrevista en 2002, cinco años antes de su muerte: "Sé que hicimos lo que debíamos".
Washington, estrecho aliado de Tokio después de la guerra, nunca pidió disculpas oficiales por estos bombardeos diabólicos.
Lo único que resistió el fuego atómico fueel “Genbaku Domu” (“Cúpula de la bomba atómica”), es el esqueleto de la antigua Cámara de Promoción Industrial que se levanta como símbolo de la devastación en Hiroshima, Japón.
La bomba atómica hoy
Hoy, tenemos 15.695 bombas nucleares en el mundo, a los 70 años de Hiroshima. Desde 1945, se han llevado cabo 2.045 ensayos nucleares. El mayor de ellos fue el de la bomba denominada, paradójicamente, 'Zar', detonada por la URSS sobre el archipiélago de Nueva Zembla, en el Ártico, con una potencia aproximadamente equivalente a 1.500 veces la de Hiroshima.
Con 7.500, Rusia es el país con más cabezas atómicas, seguido de cerca por Estados Unidos, con unas 7.100. Aunque la cifra exacta es imposible de determinar. Las últimas explosiones atómicas fueron llevadas a cabo por Francia, India, Pakistán y actualmente por Corea del Norte.
Hoy, el eje de la defensa nuclear de las grandes potencias no son los bombarderos o los misiles, a pesar de que éstos ocupan el centro de la imaginación popular, sino los submarinos nucleares, indetectables y que, en el caso de la clase Ohio de EEUU, pueden llevar cada uno más de 200 bombas de Hidrógeno, cada una de ellas con una potencia decenas -o cientos- de veces superior a la de Hiroshima.
Barack Obama, el presidente que ha expresado su visión de un mundo sin armas nucleares, que ha recibido el Premio Nobel de la Paz, ha lanzado un ambicioso plan para modernizar el programa de defensa atómica de Estados Unidos, que da empleo a 40.000 personas, y prevé que su país gaste 900.000 millones de euros (un billón de dólares) en las próximas tres décadas para ello.
Mientras tanto, Rusia ha declarado que, si entra en guerra, no consideraría el uso de sus 7.500 bombas atómicas como un último recurso.
Japón deja de ser pacifista
El primer ministro del Japón, Shinzo Abeestá actualmente en el punto de mira después de que su Gobierno haya impulsado una controvertida reinterpretación de su Constitución para promover un papel más activo de las Fuerzas de Auto Defensa (Ejército) a nivel global, lo que acaba con más de seis décadas de pacifismo institucional en Japón.
Al margen del recordatorio del ataque atómico, lo que preocupa a sus vecinos -por otra parte armados también hasta los dientes- es el auge militar de Japón. Con un fuerte rechazo social, la Cámara Baja del Parlamento aprobó el mes pasado las reformas legales que permitirán al Gobierno mandar misiones militares al extranjero. Salvo excepciones puntuales, dichas operaciones estaban prohibidas por el artículo 9 de la Constitución de Japón, impuesta por Estados Unidos al término de la contienda. Uno de los aspectos más controvertidos de la nueva legislación es que permitirá a las fuerzas armadas niponas entrar en combate para proteger a sus aliados -léase Estados Unidos en el Pacífico- incluso aunque su territorio no se vea atacado. Para muchos japoneses, que hasta ahora se enorgullecían de una Constitución pacifista única en el mundo, se trata de un regreso al militarismo que llevó al imperio del Sol Naciente a invadir buena parte de Asia.
“Esta legislación no va contra ningún país, pero es necesaria porque hay un cambio en la seguridad internacional debido a las amenazas del terrorismo y de nuevas armas, a las que ningún Estado puede hacer frente solo”, justifica Yasuhisa Kawamura, director general de la Secretaría de Prensa para Asuntos Diplomáticos del Ministerio de Exteriores, quien insiste en que «Japón nunca cambiará su actitud pacifista en los asuntos internacionales».
No todos lo ven así. Kazuhiro Kasuga, profesor retirado de Estudios Sociales que tenía 12 años en la guerra y acaba de publicar un libro sobre ella, critica: «Las escuelas no enseñan todo lo malo que hizo Japón». A su juicio, «Alemania lo cambió todo tras la guerra, pero Japón no. Por eso hay mucha gente que no quiere cantar el himno nacional ni levantar la bandera, ya que les recuerda al imperio». Un trágico pasado que, advierte preocupado Kazuhiro, «me hace temer una nueva guerra».
El primer ministro Abe estará presente en la cumbre de líderes del G7 que se celebrará el año próximo en la localidad costera de Shima (centro del país), donde se definirá la inminente Tercera Guerra Mundial.
Lea aquí el homenaje en Hiroshima del año 2012: