Se utilizan para realzar el sabor, la textura, la vida útil y las propiedades nutricionales de los alimentos. La mayoría de ellos pueden provocar trastornos en la salud.
Los aditivos alimentarios son sustancias que se añaden a los alimentos con un propósito técnico específico y que se clasifican dependiendo de la función que realicen; por ejemplo, estabilizantes, espesantes, gelificantes, antiapelmazantes, agentes de glaseado, gases de envasado y propelentes. Solo se consideran aditivos las sustancias que normalmente no se consumen como alimento en sí ni se utilizan como ingredientes característicos.
Los aditivos son un componente inseparable del alimento industrializado. Necesidades productivas, comerciales y de conservación, hacen que se utilicen gran cantidad de sustancias químicas en el procesamiento de los alimentos masivos, las cuales aportan significativamente al ensuciamiento cotidiano.
Los conservantes son un buen ejemplo de ello. Estos preservantes de alimentos actúan por inhibición de procesos enzimáticos (fermentación, putrefacción, etc). Esto, que resulta benéfico para el alimento que debe conservarse en una góndola, una vez ingerido, continúa produciendo inhibición enzimática en nuestro organismo. Esto afecta a la flora intestinal y al hígado, cuyas funciones dependen de las reacciones enzimáticas que los mismos conservantes bloquean.
La prueba de la acción prolongada en el tiempo de estos conservantes, está dada por los problemas detectados en Estados Unidos con la preservación de los cadáveres humanos. Al exhumar féretros de cierto tiempo, los cuerpos se encuentran intactos y deben ser cremados, a causa de la inhibición que generan los conservantes alimentarios sobre los microorganismos encargados de su natural descomposición. Los conservantes utilizados en alimentos y bebidas, pueden ocasionar exacerbaciones de asma, dermatitis, alteraciones sanguíneas e incluso, ser uno de los factores desencadenantes de problemas vasculares y angioedema.
También están los resaltadores de sabor, como el glutamato monosódico, conocido en Europa con la sigla E621 ó ajinomoto. Tras la 2ª Guerra Mundial, el GMS pasó de Japón a las grandes empresas alimentarias de Estados Unidos, quienes masificaron su uso al descubrir que aún mediocres comidas industriales tomaban buen sabor, se comían más y la gente se hacía fiel consumidora.
(Continuará)